Facilito creo... acá está!
********* se aferró a ********, jadeando ruidosamente. ¡Cómo se atrevía a hacer tal cosa! Consternada, miró a la mujer que los observaba con un aire de molestia y fingido aburrimiento desde la camioneta. ¡Humillar a ******** así!
En el momento en que el brazo rodeó su cintura, ******** sintió una inesperada conexión. Un calor proveniente de él que se filtró a través de los poros de su piel y se extendió por su riego sanguíneo. El color manchó la cara de ******** mientras se liberaba del abrazo. Alzó la barbilla, sus ojos esmeraldas chispeaban peligrosamente.
- Gracias, Señor...
Su voz resultó aterciopelada por la exagerada paciencia. Sabía muy bien que este tenía que ser el otro aborrecible ********.
¿Quién más iba a ser? Eso era justo lo que necesitaba esta noche. ¡Más miseria!
Él se inclinó ligeramente por la cintura, un gesto cuidadosamente cortés.
- ********. ******** a su servicio. Creo que conoció a mi hermano ******** y, por supuesto, a ******** y ********. Usted, indudablemente, es ********.
Arrancando de un manotazo el sombrero que le ofrecía ********, se lo golpeó contra la pierna para sacudirse el polvo. Sus ojos se deslizaron sobre la imponente figura de ******** una vez más, después volvió a sus hombros amplios antes de parecer despacharle.
- ¿A qué debemos este honor? - Incluso ******** tuvo que hacer una mueca ante la miel que rezumaba sarcásticamente de su voz. - Creo que su hermano y yo cubrimos todo lo necesario en nuestra última discusión amigable.
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