He encontrado por ahí el susodicho fragmento...
(Si nos podemso buscar lio por ponerlo, que alguien me de un grito y se borra...)
—¿Quieres tu regalo? —le preguntó suavemente.
Riley miró su boca perfectamente moldeada. Si se inclinaba hacia adelante unos pocos centímetros...
—Sivamet, ¿estás despierta? —preguntó riéndose.
Riley se estaba obsesionando. La risa de Dax resonó en su cuerpo e incendió todos sus nervios. Consiguió asentir con la cabeza, completamente hipnotizada por él. Había querido dejar un tiempo las aulas buscando un poco de aventura, pero nunca había considerado que podría encontrarlo... a él.
—Es una antigua tradición —explicó mientras le daba una flor.
La flor era grande, como un lirio, pero en forma de estrella. Los pétalos estaban abiertos y dejaban ver su interior, un ovario de un profundo color rojo rubí con dos filamentos a rayas. La forma y tamaño del estigma hizo que se sonrojara, especialmente esa parte en particular que se asemejaba a una enorme erección. Sabía de flores, su madre las cultivaba de todas las clases, pero esta era sorprendentemente hermosa, y sin duda podría ser usada para explicar el sexo.
—Pruébala.
Ella parpadeó. Tragó saliva. No sabía por qué su voz sonaba tan sexi. Todo lo que decía y hacía le parecía muy erótico.
—Usa tu lengua para acariciar la...
—Mmm... Lo entiendo —dijo ella aunque posiblemente no era así.
Sus ojos, cautivados por los suyos, se negaban a apartar la mirada. Estaba atrapada en esos ojos hipnóticos, cautivada, incapaz de defenderse. Sacó la lengua vacilantemente y tocó esa cabeza bulbosa. De inmediato estalló su sabor en su boca. Era intenso y picante. Adictivo. Lamió la parte de abajo y alrededor de la cabeza buscando su impreciso sabor.
Dax se acercó hasta que ella pudo sentir su aliento caliente contra su cuello.
—¿Te gusta?
—Es increíble —admitió—. No he probado nunca nada parecido.
—La flor adquiere el sabor del que la regala.
La observó fijamente obligándola a sacarle hasta la última gota con una mirada de deseo tan intensa que un escalofrío recorrió su cuerpo. ¿Por qué diablos encontraba tan erótico todo lo que decía? ¿Y por qué no podía dejar de devorar esa frágil flor y de ansiar su sabor picante? Sus pétalos suaves y aterciopelados olían igual que Dax. Sentía que su sabor se impregnaba en ella con cada movimiento de su lengua con el que iba absorbiendo ese néctar.
—Dámela —le pidió sin apartar sus ojos de los suyos.
Se entretuvo todo lo que pudo en lamer el estigma por última vez, y le devolvió la flor de mala gana. Dax bajó la cabeza y le sostuvo la mirada, con la flor en la boca. Su lengua encontró los filamentos y el ovario, y devoró el néctar que se recolectaba allí. Nunca había visto nada tan erótico en su vida. Todo su cuerpo se puso caliente.
—Tu sabor es adictivo —dijo Dax.
Su mirada ardía mientras la observaba de una manera descaradamente sexual.
Un líquido cálido bajó por su cuerpo haciendo que se sintiera incómoda. La tensión que se apretaba en su vientre y se deslizó a través de su punto más íntimo hizo que sintiera un enorme deseo de estar con él. Apretó los labios con fuerza mientras él se tomaba su tiempo, evidentemente para saborear al máximo la flor. La mirada le brillaba mientras se comía la flor nocturna y las pequeñas llamas de sus ojos se volvieron más salvajes.
Cuando levantó la cabeza sus ojos estaban resplandecientes.
—Arrodíllate un momento.
A ella no se le ocurrió cuestionarlo, pues estaba demasiado atrapada en su telaraña sexual. Fuera como fuese la fuerza que unía a las parejas, la atracción física que había entre ellos echaba chispas y no quería perderse ese momento embriagador.
Se arrodilló.
Él asintió aprobatoriamente.
—Siéntate sobre los talones y abre los muslos.
Después de darle la orden, tomó la flor solemnemente entre ambas manos, como si se tratara de algo muy importante.
Ella obedeció con el corazón desbocado. Dax colocó la flor exactamente en la unión de sus piernas y los pétalos rozaron sus muslos abiertos tapados por sus pantalones vaqueros.
—Tied vagyok. —Su mirada por primera vez se apartó de la suya y recorrió posesivamente su cuerpo—. Sivamet andam. —Las llamas en sus ojos saltaban y sus multifaceteadas pupilas brillaban ardientes—. Te avio päläfertiilam.
Sus suaves palabras sonaban hermosas, pero lo más importante era que se daba cuenta de que su declaración era una especie de ritual y sabía que le estaba diciendo algo muy importante para él. Todo su cuerpo reaccionó a esas palabras casi susurradas. Llegó a la conclusión de que su voz era como un arma, especialmente cuando hablaba en su propio idioma. Su tono era tan hipnótico como lo que decía y Riley quería entenderlo.
—En mi idioma, por favor —dijo ella.
—Tied vagyok significa... —Frunció el ceño intentando decirlo en el idioma que acababa de aprender—. «Soy tuyo» —dijo simplemente, y el corazón de Riley dio un vuelco. ¿Este guerrero increíble, tan guapo, tan protector y sexi era suyo?—. Sivamet andam sería: «Te doy mi corazón».
Dax le tocó la cara suavemente, trazó sus pómulos, su mandíbula y la barbilla, y enseguida volvió a la curva de su boca, como si estuviera memorizando cada detalle.
Su sangre se disparó acalorada por sus venas. Sentía que Dax era parte de ella. Apretó los labios con fuerza. Algo importante estaba ocurriendo, pero no sabía qué. No quería decir o hacer algo mal. Una parte de ella quería escaparse. No tenía ninguna duda de que Dax pensaba exactamente lo que estaba diciendo... le estaba entregado el corazón. Era un ser épico. Un héroe de película de los que salvaban al mundo. Y, sin embargo, se veía a sí misma... normal. Aquí en la selva, donde no había nadie más, probablemente ella le parecía un gran descubrimiento, pero había todo un mundo esperándolo.
—Solo hay una compañera para los de nuestra especie, Riley —dijo Dax.
Todo su cuerpo se apretó. Lloró. Una corriente de electricidad atravesó sus venas. Quería creer que podía ser suyo, pero realmente era absurdo. Apenas se conocían. Él era de una época antigua. Y ella estaba atrapada en una especie de sueño intenso del que no quería despertar.
—¿Qué significa «te avio päläfertiilam»?
¿Esa era su voz? ¿Tan ronca y sensual?
Dax frunció el ceño concentrado intentando encontrar una traducción adecuada.
—Tú eres mi esposa legítima. —Negó con la cabeza—. «Esposa» equivale a compañera. Es la palabra que más se le aproxima. Vuestra ceremonia de matrimonio es lo más cercano al ritual de unión que pude encontrar en la memoria de Gary. Estoy diciendo que eres mi compañera.
Ella lo miró parpadeando.
—¿Es esto un ritual de matrimonio?
Él negó con la cabeza y el destello de sus dientes blancos hizo que otra oleada de deseo atravesara su cuerpo. Sus dientes eran fuertes, rectos y lo suficientemente en punta como para que la asustaran un poco, lo que hacía más estimulante la experiencia.
—Cuando se dicen las palabras del ritual de unión, es equivalente a vuestros votos matrimoniales... pero es más. No se puede deshacer. Esto es más parecido a... —Se interrumpió, evidentemente buscando entre los recuerdos de Gary para encontrar una analogía—. Esta ceremonia es importante para los dos.
Dax se frotó el puente de la nariz, un gesto que ella encontró adorable.
—Te he cortejado a la manera de mi pueblo y este ritual asegura la fertilidad y la aceptación.
Su corazón se volvió a desbocar. Le ardía el cuerpo.
—¿Fertilidad?
Su voz sonó chillona incluso a sus propios oídos.
—Nuestras mujeres no tienen muchos hijos, a pesar de la longevidad. Esta flor es importante para preservar nuestro futuro.
—¿Ah sí? —dijo y miró a su alrededor manteniendo la voz baja.
La conversación parecía tan íntima... tan sexi. Como siempre Dax y ella estaban aislados de los demás. Desde que él apareció, siempre parecía encontrar una manera de aislarla antes de que se despertara.
—Tienes que repetir esas palabras para mí —dijo Dax bajando la voz una octava.
Dax se puso de rodillas y abrió los muslos, y Riley se quedó sin aliento.
—Toma la flor entre ambas palmas y ponla...
—Lo entiendo —dijo ella rápidamente y se ruborizó por completo.
Intentó apartar su mirada fascinada del impresionante bulto que se veía en sus vaqueros. La tela estaba tensa, como si en cualquier momento se fuera a romper. Nunca había estado tan enamorada, tan contenida sexualmente o interesada por un hombre. Incluso había soñado con él. Sus sueños eróticos hacían que cuando estaba con él fuera aún más tímida.
Con mucho cuidado para no estropear los pétalos, recogió la flor y cogiéndola muy delicadamente entre ambas manos, la llevó hasta la uve que formaban sus piernas abiertas. Los dorsos de sus manos le rozaron los muslos. Sintió sus músculos poderosos y el tremendo calor que emanaba de su cuerpo. Le temblaban las manos, por lo que depositó la flor rápidamente y enseguida puso sus palmas húmedas sobre sus propios muslos.
—Repite las palabras para mí —la animó Dax.
Había escuchado atentamente el acento y las palabras, pero decírselas en voz alta a Dax en lugar de a Gary era intimidante. No solo eso, ¿estaba de acuerdo con lo que decían? ¿Ella era suya? Le gustaba estar con él, la intrigaba y hacía que se sintiera segura. Tenía sentido del humor, era inteligente y un dios andante de la sensualidad. Ya no se sentía sola. Todo en él le parecía atractivo... pero ¿podía confiar en él? ¿Tenía la capacidad de retener a un hombre como Dax? Cuando esta aventura terminara, ¿qué iban a hacer?
Dax se inclinó hacia ella, soltó su aliento cálido en su rostro y le habló en susurros muy cerca de sus labios.
—Ainaak sívamet jutta, que significa «conectado a mi corazón para siempre», es exactamente lo que te pasa. Tienes que acabar con todas tus dudas. No hay otra mujer para mí. Puedes dejarme, pero me condenarías a vivir una vida a medias. Tú posees la otra mitad de mi alma. Solo tienes que acceder a mi mente, Riley, y me conocerás mucho mejor de lo que conoce cualquier persona a su pareja de toda su vida.
—¿No crees que esto está pasando demasiado rápido?
—No estoy familiarizado con tu sociedad o tu cultura —admitió Dax—, pero según la mía estoy completamente seguro. Eres mi otra mitad. No puede haber ningún error. Hiciste que recuperara mis emociones y que pudiera ver los colores. Tu alma completa la mía. Mi corazón llama al tuyo. Anhelo tu sabor y ardo por tu cuerpo. No hay ninguna duda en mi mente.
¿Cómo podía no responder a eso? Hacía que se sintiera hermosa. Inteligente. La única mujer que existía en el mundo. No estaba dispuesta a renunciar a eso. Y en cualquier caso, ¿tenía a dónde regresar? Sus padres habían fallecido. No tenía a nadie. Pero...
Se acercó más hacia él por encima de la flor, que quedó a escasos centímetros de su boca.
—Quiero hacer esto. Realmente deseo hacerlo, pero no estoy segura de lo que querrás de mí en el futuro. No tengo ni idea de cómo es tu mundo, además de los vampiros, los dragones y los seres con dientes grandes que viven en ellos.
La mirada de Dax se posó a su rostro como si estuviese marcándola, reclamándola y estableciendo que la poseía.
—Iremos poco a poco hasta que te sientas cómoda. Voy a explicarte todo con el tiempo. No me importa esperar si hay algo para lo que no te sientas preparada. Es importante para mí que me quieras de la misma manera como yo te quiero a ti.
Riley estudió su rostro. Se sentía bien con él. Por una vez en su vida iba a dejar que su corazón dominara a su mente. Se mordió el labio inferior y asintió. Instantáneamente Dax le miró la boca. Notó el estómago apretado y una pequeña excitación recorrió sus muslos. Si podía hacerle eso con solo una mirada, ¿qué podría hacerle cuando realmente la tocara?
—¿Recuerdas las palabras que te dije?
Ella asintió, respiró hondo y se tiró por el proverbial acantilado, rogando que él la agarrara.
—Tied vagyok. —Sus pestañas ocultaban sus ojos—. Soy tuya.
Las llamas de los ojos de Dax saltaron mostrando un deseo que rozaba la lujuria. Su pecho se movía exhibiendo todos esos deliciosos músculos que tenía debajo de su fina camisa de algodón. Ella se sentía como si estuviera en caída libre en una tormenta de diamantes resplandecientes.
—Sivamet andam. Te entrego mi corazón.
Los ojos de Dax brillaban. Ella sintió que su mirada ardiente atravesaba su piel hasta llegar a sus huesos como si la estuviese marcando. Su corazón se acompasó con el suyo así como su respiración. Hubiera jurado que su pulso iba en paralelo al de él. Sentía su respiración inspirando y espirando. La sangre que corría por sus venas. Y en su cabeza resonaban los latidos de Dax.
—Te avio päläfertiilam. Eres mi compañero.
En el momento en que pronunció esas palabras, Dax entró en su mente. Caliente. Lleno de fuerza. Era a la vez cariñoso y duro. Valiente. Un montón de imágenes pasaron por su mente, sus recuerdos, su juventud, sus siglos de caza, su soledad absoluta, incluso cuando viajaba con Arabejila creyendo que nunca tendría una mujer propia, cuando pensó que había fallado a su mejor amigo y a su hija. Su corazón sufría por él. Quería ser la mujer que lo reconfortara y lo amara.
—Ahora coge la flor otra vez y siéntate entre mis piernas mientras trenzo unos zarcillos y unas florecillas en tu pelo. Y mientras trenzo tu cabello, me das un pétalo y te comes otro. Una vez hecho esto, nuestro ritual de cortejo estará completado y me habrás dado tu consentimiento para continuar con nuestra relación.
Riley lo miró frunciendo el ceño, pero como no sabía qué decir apartó la cara de él. Su corazón latía con fuerza por la enormidad de lo que estaba haciendo. No era una chica joven que comienza una relación abrumada por una atracción física, y sin embargo parecía demasiado indefensa como para evitarlo. Lo quería. Lo deseaba. Y cada minuto en su compañía hacía que aumentara su deseo de poseerlo.
Él extendió una mano, la colocó sobre la unión de sus piernas abiertas haciendo que apoyara su espalda contra él y la estrechó tanto que parecía que iba a dejar grabados en su piel cada uno de sus músculos. El calor que irradiaba la envolvía como una manta. Riley apretó los labios cuando recogió su larga cabellera y la dividió en tres partes.
Estaba muy excitada. Ardía. Lo deseaba. ¿Era la flor? ¿La ceremonia? ¿Su sabor? ¿O el hombre? Todo se mezclaba para formar un potente afrodisíaco. Dax tenía las manos en su pelo y cada delicado tirón hacía que sintiera que una ráfaga de electricidad recorría su cuerpo. El deseo que sentía hacia él rayaba en la obsesión. Sacó un pétalo y se volvió.
Sus ojos se encontraron. Un líquido caliente mojó sus braguitas y tuvo la repentina urgencia de darse la vuelta y atraer su cabeza hacia ella. Las llamas de los ojos de Dax saltaban ardientes. Separó los labios perfectamente esculpidos y tentadores, y ella le puso el pétalo en la boca. Sus blancos dientes se cerraron, y a ella se le hizo un nudo en el estómago. Lo miró a los ojos y se metió un pétalo en la boca. El sabor de Dax estalló en su lengua, caliente y masculino, y rompió todas sus ideas sobre la atracción entre un hombre y una mujer. Estaba casi desesperada por él.
Aún atrapada en su mirada, veía que en sus ojos resplandecía la misma combinación embriagadora de lujuria y deseo que enseguida se transformó en otra cosa... en algo peligroso y salvaje. La miraba como si fuera un depredador. Percibió que bajo su piel se asomaban levemente sus escamas, casi como si tuviera una bestia al acecho. Dax volvió la cabeza lentamente, aunque ella sabía que estaba al tanto de todo y de todos los que estaban su alrededor. Solo entonces se dio cuenta de que Gary y Jubal se estaban acercando, y se sintió sumamente decepcionada y frustrada.
—Otro pétalo para cada uno.
Dax tenía la voz ronca, y que estuviera tan afectado como ella hizo que se sintiera mejor. Tenía tan pocas ganas como ella de que se terminara su tiempo juntos y a solas. Le puso un pétalo más en la boca y se llevó otro a la suya. El segundo pétalo no hizo más que aumentar su deseo de hacer el amor con él. Saber que Jubal y Gary se acercaban rápidamente debería haber enfriado el calor de su piel y la fiebre de sus venas, pero nada parecía apagar las ganas que tenía de poseerlo, ni siquiera que tuvieran compañía.
Estaba agradecida de que fuera de noche, aunque la luna llena hacía que todo brillara casi como si fuera de día. Alcanzó a poner los últimos pétalos en la boca de Dax y la suya antes de que llegaran Gary y Jubal.
—Buenas noches —dijo Dax amablemente.