Capítulo 1
Las llamas subieron por las paredes para esparcirse a través del techo. Naranja. Rojo. Vivas. El fuego la estaba mirando directamente. Podía oírlo respirar. Se alzaba, siseando y escupiendo, la seguía mientras se arrastraba por el suelo. El humo se arremolinaba en la habitación, estrangulándola. Permaneció abajo y contuvo la respiración tanto como fue posible. Todo mientras las llamas glotonas se estiraban a por ella con apetito voraz, lamiéndole la piel, abrasando y quemando, chamuscándole las puntas del pelo.
Pedazos de escombros llameantes caían del techo al suelo y el cristal se rompió. Una serie de pequeñas explosiones detonaron a través del cuarto como lámparas estallando por el calor intenso. Ella se arrastró hacia la única salida, la pequeña puerta del perro en la cocina. Detrás de ella, el fuego rugía como si estuviera enfurecido por su intento de escapar.
El fuego brillaba como una pared del baile. Su visión se estrechó hasta que las llamas se convirtieron en un monstruo gigante, estirándose con largos brazos y una cabeza horrorosa y retorcida, arrastrándose detrás de ella por el suelo, su lengua horrorosa le lamía los pies desnudos. Gritó, pero el único sonido que surgió, fue una tos terrible que la ahogaba. Se giró para encarar al enemigo, sentía su malevolencia mientras las llamas se vertían sobre ella, tratando de consumirla, tratando de devorarla de cabo a rabo. Su chillido, finalmente, rompió por delante de la terrible pelota que le bloqueaba la garganta y chilló su terror con un gemido agudo. Intentó gritar, rogar por agua, por que vinieran a por ella, porque la salvaran, porque la empaparan en líquido fresco y calmante. A lo lejos el chillido de las sirenas creció más y más fuerte. Se tiró de lado para evitar las llamas.
Rikki Sitmore aterrizó con fuerza en el suelo al lado de la cama. Yació allí, con el corazón latiendo desenfrenadamente, el terror latiendo por las venas, su mente luchando por asimilar el hecho de que era sólo una pesadilla. La misma pesadilla vieja y familiar. Ella estaba a salvo e ilesa, aunque todavía podía sentir el calor del fuego en la piel.
—Maldita sea. —La mano manoseó el radio despertador, los dedos golpearon ciegamente en busca del botón que pararía la alarma que sonaba como la alarma de sus sueños. En el silencio resultante, pudo oír el sonido de agua, contestando a su grito de socorro, y supo por la experiencia que todos los grifos de la casa estaban abiertos.
Se forzó a incorporarse, gimiendo suavemente cuando su cuerpo protestó. Sus articulaciones y músculos dolían, como si hubiera estado rígida durante horas.
Rikki se enjuagó la cara empapada en sudor con la mano, se arrastró hasta ponerse de pie y forzó a su cuerpo dolorido a caminar de cuarto en cuarto, cerrando grifos mientras lo hacía. Al final, sólo quedaron el lavabo y la ducha de su cuarto de baño. Mientras atravesaba el dormitorio, encendió la radio y la emisora costera inundó el cuarto con música. Hoy necesitaba el mar. Su amado mar. Nada funcionaba mejor para calmar su mente cuando estaba demasiado cerca del pasado.
En el momento que cruzó el umbral del cuarto de baño, los refrescantes colores marinos la rodearon con calma instantánea. La pizarra verde bajo los pies se emparejó con las tortugas marinas que nadaban por un océano de brillante azul en las paredes.
Siempre se duchaba de noche para lavarse la sal del mar, pero después de una pesadilla especialmente mala, el rocío del agua en la piel se sentía como un lavado curativo a través de su alma. El agua en la ducha ya corría, llamándola y dio un paso en el cubículo. Instantáneamente el agua la calmó, empapándola hasta los poros, refrescante, su talismán personal. Las gotas en la piel se sentían sensuales, casi la hipnotizaban con la perfección de su forma. Se perdió en la claridad e inmediatamente se distrajo, yendo a otra realidad, donde todo el caos había desaparecido de su mente.
Las cosas que quizás ordinariamente herían, sonidos, texturas, cosas diarias que otros daban por sentado fueron apartadas con el sudor de sus pesadillas o con la sal del mar. Cuando estaba en el agua, estaba tan cerca de ser normal como jamás lo conseguiría y se deleitaba en la sensación. Como siempre, estaba perdida en la ducha, desapareciendo en el limpio y refrescante placer que le traía, hasta que, bruscamente el agua caliente se fue y la ducha se volvió fría como el hielo, asustándola y sacándola fuera del trance.
Una vez que pudo respirar sin ningún problema, se envolvió en una toalla y se arrastró en sus pantalones de chándal sin mirar las cicatrices de las pantorrillas y pies. No necesitaba revivir esos momentos otra vez, aunque noche tras noche, el fuego regresara, mirándola, marcándola para morir.
Tiritó, subió el volumen de la radio para poder oírla a través de la casa y sacó su ordenador portátil, llevándolo por el pasillo a la cocina. El bendito café era la única respuesta a la idiotez. Comenzó a preparar el café mientras escuchaba la radio escupiendo las noticias locales. Se dejó caer en una silla, se quedó quieta, para concentrarse cuando llegó al tiempo. Quería saber cómo se estaba sintiendo su amante estaba esta mañana. ¿Calmado? ¿Enojado? ¿Un poco tempestuoso? Se estiró cuando escuchó. Mar tranquilo. Poco viento. ¿Un inesperado simulacro de tsunami?
No otra vez.
—Qué tontería —murmuró en voz alta, desplomándose con desánimo—. No necesitamos otro.
Habían tenido un tonto simulacro. Todos habían obedecido. ¿Cómo se había perdido ella que se había planificado otro en las noticias locales? Cuando realizaban simulacros de esta magnitud, siempre se anunciaban mucho. Por otro parte… Rikki se irguió, una sonrisa floreció en su cara. Quizá el simulacro de tsunami era la oportunidad que había estado esperando. Hoy era el maldito día perfecto para ir a trabajar. Con una advertencia de tsunami de hecho, nadie estaría en el océano, tendría el mar para ella sola. Esta era la oportunidad perfecta para visitar su agujero submarino secreto y cosechar la pequeña fortuna en erizos de mar que había descubierto allí. Había encontrado el lugar hacia unas semanas, pero no quería zambullirse cuando otros podrían estar alrededor para ver su tesoro oculto.
Rikki vertió una taza café y salió al porche delantero para disfrutar de ese primer sorbo aromático. Iba a hacer mucho dinero hoy. Quizá incluso suficiente dinero para devolver a las mujeres que la habían aceptado como parte de su familia, los gastos en que habían incurrido por ella. No tendría su amado barco finalizado si no fuera por ellas. Probablemente podría llenar el barco con sólo una hora de trabajo. Optimistamente el procesador pensaría que los erizos eran tan buenos como ella pensaba y los pagaría a precio de oro.
Rikki echó una mirada a los árboles que brillaban en la luz temprana de la mañana. Los pájaros revoloteaban de rama en rama y pavos salvajes caminaban por el riachuelo distante donde había dispersado semillas para ellos. Un joven macho cabrío pacía en la pradera, a corta distancia de su casa. Sentada allí, sorbiendo su café y mirando la fauna a su alrededor, todo comenzaba a asentarse, tanto en el cuerpo como en la mente.
Nunca se había imaginado que tendría alguna oportunidad en tal lugar, tal vida. Y nunca la hubiera tenido si no fuera por las cinco extrañas que habían entrado en su vida y la habían aceptado en las suyas. Habían cambiado su mundo para siempre.
Se lo debía todo. Sus "hermanas". No eran sus hermanas biológicas, pero ninguna hermana de sangre podía ser más cercana. Se llamaban a sí mismas hermanas del corazón y para Rikki, eso es exactamente lo que eran. Sus hermanas. Su familia. No tenía a nadie más y sabía que nunca lo haría. Ellas poseían su lealtad implacable e inquebrantablemente.
Las cinco mujeres habían creído en ella cuando Rikki había perdido toda la fe en sí misma, cuando estuvo rota. La habían invitado a ser una de ellas, y aunque hubiera estado aterrorizada de llevar algo malvado con ella, había aceptado, porque era eso o morir. Esa única decisión fue la cosa más sencilla que había hecho jamás.
La familia, las seis, vivían en la granja juntas. Ciento treinta acres donde se acurrucaban seis hermosas casas. La suya era la más pequeña. Rikki sabía que nunca se casaría ni tendría niños, así que no necesitaba una casa grande. Además, adoraba la sencillez de su pequeña casa con sus espacios abiertos, vigas altas y los calmantes colores del mar que la hacían sentirse tan en paz.
Le bajó un escalofrío de advertencia por el cuerpo. No estaba sola. Rikki giró la cabeza y su tensión disminuyó ligeramente ante la vista de la mujer que se acercaba. Alta y esbelta, con abundante cabello oscuro ondulado, no tocado por el gris a pesar de sus cuarenta y dos años, Blythe Daniels era la más mayor de las cinco hermanas de Rikki, y la líder reconocida de su familia.
—Hola —saludó Rikki—. ¿No podías dormir?
Blythe le dirigió una sonrisa, la que Rikki pensaba que era tan atrayente y hermosa, un poco torcida, proporcionando una vislumbre de dientes blancos y rectos que la naturaleza, y no los aparatos, había proporcionado.
—¿No vas a salir hoy, verdad? —preguntó Blythe y fue con indiferencia al grifo del costado de la casa y lo cerró.
—Seguro que sí. —Debería haber verificado las cuatro mangueras, maldición. Rikki evitó la mirada demasiado astuta de Blythe.
Blythe miró inquietamente hacia el mar.
—Acabo de tener un mal presentimiento…
—¿De verdad? —Rikki frunció el entrecejo y se puso de pie, mirando al cielo—. Parece un día perfecto para mí.
—¿Vas a llevar un ayudante?
—Infierno no.
Blythe suspiró.
—Ya hemos hablado de esto. Dijiste que considerarías la idea. Es más seguro, Rikki. No deberías zambullirte sola.
—No me gusta que nadie toque mi equipo. Enrollan las mangueras mal. No devuelven a su sitio los instrumentos. No. De ninguna manera. —Trató de no sonar beligerante, pero no iba a tener a nadie en su barco interfiriendo con sus cosas.
—Es más seguro.
Rikki puso los ojos en blanco. ¿Cómo si al tener a algún idiota sentado en el barco, no fuera a zambullirse sola? Pero no expresó sus pensamientos, en vez de eso, intentó una sonrisa. Fue difícil. No sonreía mucho, especialmente cuando las pesadillas estaban demasiado cercanas. Y estaba descalza. No lo gustaba ser atrapada descalza y a pesar de la determinación de Blythe de no mirar, su mirada no podía evitar ser atraída por las cicatrices que cubrían los pies y pantorrillas de Rikki.
Rikki se giró hacia la casa.
—¿Te gustaría un café?
Blythe asintió.
—Yo iré, Rikki. Disfruta de tu mañana. —Vestida en sus zapatillas de correr y el chándal ligero, todavía se las arreglaba para parecer elegante. Rikki no tenía la menor idea de cómo lo hacía. Blythe era refinado, educada y todas las cosas que Rikki no, pero eso nunca parecía importarle a Blythe.
Rikki respiró y se forzó a hundirse en la silla y meter los pies bajo ella, tratando de no parecer perturbada ante la idea de que alguien entrara en su casa.
—Estás bebiendo café negro otra vez —dijo Blythe y dejó caer un terrón de azúcar en la taza de Rikki.
Rikki le frunció el entrecejo.
—Eso fue malvado. —Buscó sus gafas de sol para cubrir su mirada directa. Sabía que molestaba a la mayoría de las personas. Blythe nunca parecía disgustada por ello, pero Rikki no corría riesgos. Las encontró en la baranda y las empujó en su nariz.
—Si vas a zambullirte hoy, lo necesitas —indicó Blythe—. Estás demasiado delgada y he notado que no has ido de compras otra vez.
—Yo también. Hay toneladas de alimento en las alacenas —indicó Rikki.
—La mantequilla de cacahuete no es comida. No tienes nada más que mantequilla de cacahuete en tu alacena. Hablo de comida verdadera, Rikki.
—Tengo chocolatinas. Y plátanos. —Si cualquier otra persona hubiera fisgoneado en sus alacenas Rikki habría estado furiosa, pero no podía estar molesta con Blythe.
—Tienes que intentar comer mejor.
—Lo intento. Agregué los plátanos como me pediste. Y cada noche como brócoli. —Rikki hizo muecas. Hundía la verdura cruda en la pasta de cacahuete para hacerla más comestible, pero se lo había prometido a Blythe así que se los comía fielmente—. Me está empezando a gustar realmente la cosa, incluso si es verde y se siente como guijarros en la boca.
Blythe se rió.
—Bien gracias por comer por lo menos brócoli. ¿Dónde te sumerges?
Por supuesto Blythe tenía que preguntar. Rikki se retorció un poco. Blythe era una de esas personas a las que no le mentías, ni ignorabas como Rikki hacía a menudo con otros.
—Tengo ese negro que encontré negro y quiero cosecharlo mientras pueda.
Blythe hizo muecas.
—No hables de submarinismo. Inglés, cariño, no tengo ni un indicio de lo que quieres decir.
—Erizos de mar, púa con púa, tantos, que creo que podré recoger cuatro mil libras en un par de horas. Podríamos utilizar el dinero.
Blythe la miró por encima de la taza de café, su mirada calmada.
—¿Donde, Rikki?
Era como un maldito bulldog cuando tenía algo.
—Al norte de Fort Bragg.
—Me dijiste que esa área era peligrosa —recordó Blythe.
Rikki se maldijo en silencio por tener una boca grande. Nunca debería haber hablado de sus raros presentimientos con las otras.
—No, dije que era espeluznante. El océano es peligroso en cualquier sitio, Blythe, pero sabes que soy una chica segura. Sigo todas las precauciones de inmersión y todas mis reglas personales de seguridad al pie de la letra. Tengo cuidado y no me asusto.
Normalmente no se zambullía por la línea de la falla que corría justo por encima de la costa de Fort Bragg porque el abismo era profundo y los grandes blancos usaban el área como zona de caza. Generalmente trabajaba en el fondo, por el suelo. Los tiburones cazaban desde abajo, así que estaba relativamente segura, pero cosechar los erizos en la barrera era arriesgado. Estaría haciendo ruido y un tiburón podría venir de abajo. Pero el dinero… Realmente quería pagar a sus hermanas todos los gastos que habían cubierto para ella, al ayudarla con su barco.
Blythe sacudió la cabeza.
—Yo no hablo de tus reglas de seguridad. Todas sabemos que eres una gran buzo, Rikki, pero no debería ir sola allí, cualquier cosa podría fallar.
—Si estoy sola, sólo soy responsable de mi propia vida. No dependo de nadie más. Cada segundos cuenta y se exactamente qué hacer. Me he topado con problemas innumerables veces y lo he manejado. Es más fácil para mí. —Y no tenía que hablar con nadie, ni hacerse la agradable. Podía ser ella misma.
—¿Por qué ir al norte de Fort Bragg? Me dijiste que el suelo submarino era muy diferente y que los tiburones eran más predominantes allí, y que era flipante.
Rikki se encontró sonriendo sin querer pon dentro cuando segundos antes había estado retorciéndose. Que Blythe dijera “flipante”, quería decir que había estado pasando tiempo con Lexi Thompson. Lexi, la más joven de su "familia".
—He encontrado una plataforma a aproximadamente mil metros cubierta de erizos de mar. Parecen fantásticos. La falla recorre el área, así que hay un abismo de aproximadamente mil doscientos metros de ancho y otra plataforma, un poco más pequeña, pero también cargada. Nadie ha encontrado el lugar. Es un negro, Blythe, púa con púa. Puedo cosechar unas buenas cuatro mil libras y salir de allí. Sólo volveré cuando no haya nadie alrededor.
Blythe no podía fallar en oír el entusiasmo en su voz. Sacudió la cabeza.
—No me gusta, pero comprendo. —Y ese era el problema, lo comprendía. Rikki era brillante y solitaria. Parecía dar sus talentos por sentado. Blythe podía pedirle que programara algo en el ordenador y escribiría un programa rápidamente que funcionaba mejor que cualquier otra cosa que Blythe jamás hubiera intentado.
Todo acerca de Rikki era una tragedia y Blythe a menudo se sentía como sosteniéndola con fuerza, pero lo sabía mejor. Rikki estaba cerrada al toque humano, a las relaciones, básicamente a todo lo que tuviera que ver con otros. Había permitido entrar a cada una de las otras cinco mujeres en su mundo, pero ellas sólo podían llegar a un punto antes de que ella se cerrara. Estaba atormentada por su pasado, por los fuegos que habían matado a sus padres y quemado sus casas de acogida. Por el fuego que se había llevado a su prometido, la única persona a la Rikki se había permitido alguna vez amar.
—¿Has tenido otra pesadilla, verdad? —preguntó Blythe—. En caso de que te estés preguntando, apagué las otras tres mangueras de tu casa.
No preguntó cómo se había abierto el agua. Toda la familia sabía que el agua y Rikki iban de la mano y que sucedían cosas extrañas cuando Rikki tenía pesadillas.
Rikki se mordió el labio. Intentó un encogimiento de hombros causal para indicar que las pesadillas no eran gran cosa, pero las dos lo sabían mejor.
—Quizá. Sí. Todavía las tengo.
—Pero tienes muchas últimamente —aguijoneó Blythe suavemente—. ¿No han sido cuatro o cinco en las últimas semanas?
Las dos sabían que era mucho más que eso. Rikki dejó salir el aliento.
—Esa es otra razón por la que voy a hacer submarinismo hoy. Hacer pompas siempre ayuda.
—No correrás ningún riesgo —se aventuró Blythe—. Podría ir contigo, llevar un libro o algo y leer en el barco.
Rikki sabía que le estaba preguntando si había alguna posibilidad de fuera descuidada a propósito, que quizá todavía estaba apenada o culpándose. Ella no sabía la respuesta así que cambió de táctica.
—Creía que ibas a ir a la boda. ¿No se casa hoy Elle Drake? Estabas esperándolo. Otra razón por la qué el océano sería suyo y solo suyo. Todos estaban invitados a la boda Drake.
—Si tú no vas a la boda y necesitas ir al mar, estaré feliz de leer un libro allí —insistió Blythe.
Rikki le sopló un beso.
—Sólo tú abandonarías una boda para ir conmigo. Vomitarías todo el tiempo que estuviéramos allí. Te mareas, Blythe.
—Estoy intentando la raíz de jengibre —dijo Blythe—. Lexi dice que no hay nada como ello.
—Ella lo sabría.
Lexi sabía todo lo que había que saber sobre plantas y sus usos. Si Lexi decía que la raíz de jengibre ayudaría, entonces Rikki estaba segura de que lo haría, pero Blythe no iba a sacrificar un día divertido simplemente porque temía por la seguridad de Rikki. La vida de Rikki era el mar. No podía estar lejos de él. Tenía que ser capaz de oírlo de noche, el retumbar calmante de las olas, el golpeteo tempestuoso del oleaje, los sonidos de las focas ladrándose el uno al otro, las sirenas. Todo eso era necesario en su vida para mantenerla estable.
Sobre todo, era el agua misma. En el momento en que la tocaba, metía las manos, se sentía diferente. No había explicación para ello. No lo comprendía, así que cómo podía explicarle a otra persona que cuando estaba en el agua, estaba en paz, completamente libre en su propio ambiente.
—Blythe, estaré bien. Estoy esperando bajar.
—Estás pasando demasiado tiempo sola otra vez —dijo Blythe sin rodeos—. Ven a la boda. Todas las otras van a ir. Judith puede encontrarte algo que usar si quieres.
Rikki tendía a ir donde Judith en busca de consejos sobre qué llevar o qué aspecto tener si iba a ir algún sitio donde hubiera un grupo grande de personas y Blythe obviamente se la mencionó a propósito con esperanza de que Rikki cambiara de opinión.
Rikki sacudió la cabeza, tratando de no mostrar una reacción física, cuando todo su cuerpo se estremeció de horror ante el pensamiento de la multitud.
—No puedo hacer eso. Sabes que no puedo. Siempre digo la cosa equivocada y hago que la gente se moleste.
Había encontrado a Blythe en la sesión de un grupo de terapia contra el dolor y de algún modo, Rikki todavía no sabía cómo ni por qué, ella había dejado escapar sus temores de ser una sociópata para los demás. Ella nunca hablaba con nadie acerca de ella misma ni sobre su pasado, pero Blythe tenía un modo de hacer que las personas se sintieran cómodas. Era la mujer más tolerante que Rikki había conocido jamás. Rikki no iba a correr el riesgo de hacer nada que le pudiera ganar la antipatía de alguien hacia ella o cualquiera de sus otras hermanas. Y eso significaba permanecer lejos de los residentes de Sea Haven.
—Rikki —dijo Blythe, con su extraña capacidad que hacía que Rikki pensara que leía las mentes—. No hay nada malo en ti. Eres una persona maravillosa y no nos avergüenzas.
Rikki trató desesperadamente de no retorcerse, deseando estar ya en el mar y tan lejos de esta conversación como fuera posible. Ajustó las gafas para asegurarse de no estaba mirando fijamente de manera impropia. Cielos. Había tantas reglas sociales raras, ¿cómo las recordaban las personas? Dale el océano cualquier día.
—Y no necesitas llevar tus gafas a mi alrededor —agregó Blythe suavemente—. La manera en que me miras no me molesta en absoluto.
—Tú eres la excepción, entonces, Blythe —dijo con brusquedad Rikki y luego se mordió el labio con fuerza. No era culpa de Blythe que ella estuviera completamente feliz o completamente triste, totalmente enojado o absolutamente tranquila. No había intermedio en la escala emocional para ella, lo cual hacia un poco difícil pasar tiempo con otras personas, tanto si Blythe quería admitirlo como si no.
—Soy diferente, Blythe. Estoy cómoda siendo diferente, pero los otros no están cómodos a mi alrededor. —Eso era un hecho que Blythe no podía disputar. Rikki a menudo se negaba a contestar a alguien cuando le hacían una pregunta directa si sentía que no era de su incumbencia. Y algo personal no era de la incumbencia de nadie. Ella sentía que su falta de respuesta era completamente apropiada, pero el individuo que hacía la pregunta generalmente no.
—Te escondes del mundo y no es bueno para ti.
—Es así cómo me enfrento —dijo Rikki con un pequeño encogimiento de hombros—. Adoro estar aquí, contigo y las otras, me siento segura. Y me siento segura cuando estoy en el agua. De otro modo… —Se encogió de hombros otra vez—. No te preocupes por mí. Me quedaré fuera de los problemas.
Blythe tomó un trago de café y la miró con ojos meditabundos.
—Eres un genio, Rikki, lo sabes, ¿verdad? Nunca he conocido a nadie como tú, capaz de hacer las cosas que tú haces. Puedes memorizar un libro de texto en minutos.
Rikki sacudió la cabeza.
—No memorizo. Sólo retengo todo lo que leo. Creo que es por eso por lo que carezco seriamente de habilidades sociales. No tengo espacio para sutilezas. Y no soy un genio, esa es Lexi. Yo sólo soy capaz de unas pocas cosas raras.
—Creo que deberías hablar de las pesadillas con alguien, Rikki.
La conversación era intolerable para ella y si hubiera sido cualquiera excepto Blythe, Rikki no se habría molestado en hacer un esfuerzo. Esta conversación bordeaba un poco demasiado el pasado, y ese era un lugar al que nunca iría. Esa puerta de su mente estaba cerrada firmemente. No podía permitirse el lujo de creer que era capaz del tipo de cosas del que otros la habían acusado, de empezar fuegos, matando a sus propios padres, tratando de herir a otros. Y Daniel…
Se apartó de Blythe sintiéndose casi como si no pudiera respirar.
—Tengo que moverme.
—Prométeme que tendrás cuidado.
Rikki asintió. Era más fácil que discutir.
—Diviértete en la boda y di hola de mi parte.
Era mucho más fácil ser social a través de las otras. Todas eran queridas y tenían tiendas u oficinas en Sea Haven, eran una parte importante de la comunidad. Rikki estaba siempre en el margen y era aceptada más porque formaba parte de la Granja que por ella misma. Los residentes de Sea Haven habían aceptado a las mujeres de la familia provisional de Rikki cuando se mudaron aquí unos pocos años antes, todas tratando de recuperarse de varias pérdidas.
Forzó una sonrisa porque Blythe había sido la que le había dado un lugar al que llamar hogar.
—Realmente estoy bien.
Blythe asintió y le entregó la taza de café vacía.
—Mejor que lo estés, Rikki. Estaría perdida si algo te sucediera. Eres importante para mí, para todas nosotras.
Rikki no supo cómo responder. Estaba avergonzada e incómoda con las emociones y Blythe siempre lograba evocar emociones reales, de la clase que te desgarraba el corazón y que era mejor dejar solas. Rikki sentía demasiado cuando se permitía sentir, y no lo bastante cuando no. Se empujó fuera de la silla y miró como se alejaba Blythe, enojada consigo misma por no haberle preguntado a Blythe por qué estaba corriendo tan temprano esa mañana, por qué no podía dormir. En vez de eso, supo que piratearía el ordenador de Blythe y leería su diario personal y luego trataría de encontrar un modo de ayudarla.
Rikki no tenía inconveniente en invadir la intimidad si pensaba que tenía una buena razón. El hecho de que fuera inepta para el diálogo sin sentido con aquellos por los que se preocupaba le daba todas las razones en el mundo. Blythe, de todas las mujeres, era un enigma. Rikki era una observadora y advertía cómo Blythe les traía paz a todas ellas, como si tomara un poquito de sus cargas en ella misma.
Rikki suspiró y tiró el resto del café a la tierra. Azúcar en el café. ¿Qué se traía entre manos? Alzó la mirada al cielo limpio e intentó concentrarse en eso, pensar en su mar, la gran extensión de agua, toda azul, gris y verde. Colores calmantes. Incluso cuando ella estaba de lo más tempestuosa e imprevisible, el océano le traía calma.
Volvió a la casa, dejando la puerta mosquitera cerrada, pero la puerta trasera abierta de par en par para no sentirse tan encerrada. Sacó brillo a las alacenas rápidamente donde Blythe las había tocado dejando huellas indetectables, lavó las tazas de café y con cuidado aclaró el fregadero alrededor de la cafetera.
Tarareó ligeramente mientras empaquetaba el almuerzo. Necesitaba calorías altas, mucha proteína y azúcar. Sandwiches de mantequilla de cacahuete, dos con plátanos, aunque hubiera un viejo dicho de que plátanos eran de mala suerte, y un puñado de chocolatinas Reese para mantenerla en marcha. Su trabajo era agresivo y duro, pero lo amaba y se deleitaba en ello, especialmente los aspectos solitarios de estar debajo del agua en un ambiente enteramente diferente, uno donde ella prosperaba.
Agua extra era esencial y se preparó una cantimplora mientras se preparaba y comía un gran desayuno, mantequilla de cacahuete sobre tostadas. No le gustaba el azúcar en el café pero no era lo bastante estúpida para zambullirse sin tomar las calorías suficientes para sostener sus funciones corporales en las frías aguas.
Comió, con la tostada en la mano, normalmente no utilizaba platos. Sus hermanas le habían dado el conjunto más hermoso con conchas marinas y estrellas de mar rodeando cada plato. Lavaba con cuidado la vajilla entera los jueves y su maravilloso conjunto de ollas y cacerolas los viernes, pero siempre los exponía para poder mirarlos mientras comía su bocadillo.