En cualquier lugar que la tocara su mirada, sentía una especie de marca.
¿Le estaba seduciendo? ¿O él a ella? No podía decirlo y no le importaba. Todo lo que importaba era que no podía apartar los ojos de ella. Su cuerpo estaba duro y tenso, el bulto de sus vaqueros era impresionante. El calor manaba de él en oleadas. Y su toque era pura magia, las yemas de sus dedos jugueteaban con alguna criatura salvaje de su interior, esa que exigía ser liberada... la que respondía físicamente a todo en él.
—Te he esperado varias vidas, —confesó él, con la mirada ardiente mientras inclinaba la cabeza hacia su cuello. Su lengua jugueteó con el lóbulo de la oreja, arremolinándose sobre el pulso—. Pensaba en ti. En lo que haría contigo. En de cuántas formas te daría placer.
*** inhaló su fragancia madura. Toda mujer. Su mujer