Con la música latiendo con salvaje erotismo, y en medio de un autentico pandemónium los gemelos eran la fantasía individual de todas las asistentes. (Salvo algunas excepciones).
No eran hombres exhibiendo sus cuerpos.
Eran la representación de un macho preparándose para tomar a su amante.
Sexo puro, duro y ardiente, en la más espléndida de las expresiones.
Mientras deslizaban los dedos a través del borde de los sacos, No hubo una sola mujer no imaginara como se sentirían el rocé de esos dedos sobre la piel desnuda. El tacto de esas manos, el sabor de sus besos.
Cada flexión de los poderosos músculos de la espalda mientras se sacaban la chaqueta, cada una de sus acciones, anunciaban una amenaza y promesa juntas.
La amenaza de su fuerza y poder.
La promesa de del mayor placer que hubieran conocido.
La sensación de que era a ella y solo a ella a quien se dirigían ambas.
En medio de gritos sus anchos hombros rodaron despojándose de la oscura tela para revelar la blanca suavidad de la seda que los cubría.
No hubo drama. Las chaquetas no volaron como las corbatas, si no que fueron abandonadas a un lado.
Sin darse cuenta cada mujer presente unió cada una de las inhalaciones y exhalaciones a las de los gemelos.
Sus recias manos, esas que podían matar con un simple giro, resbalaban sobre la blanca seda de las camisas Oxford que se adherían a sus poderosos pectorales.
Uno a uno desde el primero los botones comenzaron a abrirse. Los gruesos tendones idénticos, los abultados músculos similares. El tono dorado de la piel de Phury al lado de las bandas tatuadas sobre la piel de Z.
El segundo botón revelo la V donde sus clavículas se unían al esternón.
Suave piel, lisa como el satén.
Phury de frente, orgulloso con su melena resplandeciendo bajo la luz, Zadist de espaldas peligroso, feroz, como imágenes de espejo, al tiempo que Barry Withe susurraba apasionadamente Run my fingers through your hair
Luz y sombra, pero cual era cual.
Cuando los dedos de los gemelos llegaron al tercer y cuarto botón, Centaurea estuvo a punto de tener un infarto, el corazón le latía tan fuerte que realmente lo temió.
Los faldones de sus camisas salieron con desesperante lentitud, dejando ver una vez más la promesa de gratificación sexual.
Los gemelos cambiaron posiciones, Phury detrás y Zadist al frente. La suave ondulación de sus músculos destacando contra la tela.
Las gruesas marcas de los azotes, atravesando la perfecta exquisitez de su piel.
No deberían ser tan sexys las cicatrices.
Pero lo eran, verlas era desear acariciarlas, tocarlas reverentemente, acariciarlas con la lengua.
Las manos de Zadist se dirigieron hacia las mancuernillas de las mangas.
Primero uno, después el otro.
Y la camisa quedó libre sobre sus cuerpos, lista para ser descartada.
Al igual que la salud mental de las mujeres junto al escenario.