Marguarita estaba de pie con las manos en las caderas mirando a Zacarías. Dijiste que era fácil. No es fácil, y realmente, odio absolutamente las arañas. Lo hago, Zacarías. Y cada vez que nos metemos en ese desagradable hoyo de arañas ...
Él torció la boca, lo que hizo que su temperamento subiera otro nivel.
No te atrevas a reírte de mí. Tú eres quien pone esa imagen en mi cabeza todo el tiempo. Yo no podría haber concebido tal escenario de película tan diabólicamente horroroso. Ahora, cada vez que vamos al suelo, y abres la tierra, todo lo que puedo pensar es en esas desagradables y pequeñas arañas arrastrándose sobre mí y mi pelo. Sabes que probablemente lo hacen.
Tembló y se sacudió el pelo, sintiendo como si miles de arañas hubieran hecho su hogar allí.
-Estás a salvo, Marguarita, te vigilo con mucho cuidado.
Eso fue antes de que me hicieras practicar abrir la tierra una y otra vez.
-Estamos en la selva. Mira a tu alrededor, kislány kuŋenak-minan, mi pequeña lunática, hay hermosas flores, árboles y helechos. Hay una cascada a pocos metros de distancia. No hay arañas.
Ella levantó la ceja. ¿En serio? Había estado trabajando durante lo que parecía semanas en cambiar de forma, abrir y cerrar la tierra, pero en lo que era muy, muy buena era en llegar a los animales. Había descubierto que podía hacer lo mismo a una escala más pequeña con los insectos. Cuando iba a la tierra, dirigía a todas las arañas lejos de su lugar de descanso. La araña muy grande que estaba en el tronco del árbol, justo detrás de Zacarías se desplazó y saltó a su hombro, con patas peludas y todo.
Marguarita se rió de él y salió corriendo mientras él giraba la cabeza para mirar a la gran criatura y luego, con cuidado, volvía a colocarla en el árbol. Sintió su risa en su mente, inundándola con ese calor delicioso del que había llegado a depender. Ir hacia Brasil para reunirse con sus hermanos era aterrador y estimulante. Zacarías quería pasar tiempo a solas con ella, y había tantas diversiones en el camino. Él tenía muchos lugares para mostrarle y sinceramente, ella estaba muy feliz por el retraso.
Le encantaba estar con él. Parecía un hombre diferente, tan feliz con ella, siempre cuidadoso y alerta, pero se reía con ella, aunque no se mostrara en su rostro. Pero sus ojos se volvía del color del zafiro azul oscuro que adoraba e inevitablemente la alcanzaba, dondequiera que estuvieran y le hacía el amor.
Marguarita era adicta al sexo. Rudo o suave, rápido o lento, no importaba cómo ni cuándo, una mirada ardiente de sus ojos y su cuerpo lograba una fusión rápida. Él era muy paciente con ella, guiándola con palabras, imágenes y sus manos, ayudándola a aprender lo que más le agradaba, que por lo que ella podía determinar era todo.
Zacarías le rodeó la cintura con un brazo, su cálido aliento en su oído mientras la levantaba, llevándola por el aire como si no pesara nada. Ella extendió sus brazos, abrazando la noche, adoraba volar en el cielo nocturno. Nunca había pensado que le encantaría el viento en la cara, pero la sensación de volar realmente se podía comparar a como se sentía a lomos de un caballo.
¿Y cuando me montas?
La pura seducción de su voz le dejó el cuerpo en llamas, un agudo contraste con el viento frío que fluía por su cuerpo.
Hmmm. Déjame pensar. Podría necesitar otra clase de equitación. No estoy muy segura de cómo me siento al respecto.
Mujer, eres una tentación.
Lo intento. Levantó la mirada hacia él. Era tan guapo, su rostro tallado tan severamente masculino, con el pelo largo y ondulado sujeto atrás con nada más que una cuerda de cuero. Eres muy guapo, Zacarías. En caso de que no te lo haya dicho.
No me importa escucharlo más de una vez. Después de todo, estás un poco loca.
Ella dejó que la risa se derramara en su mente. Siempre vas a llamarme así, ¿verdad?
Por supuesto. Es cierto, ya lo sabes.
Ella miró hacia abajo. Estaban apenas sobre los árboles y él no se movía a su vertiginosa velocidad habitual. ¿A dónde vamos?
Un pequeño lugar que conozco, creo que te gustará.
Mantuvo los ojos bien abiertos, adorando la vista de la selva desde arriba. A veces, cuando Zacarías la llevaba volando, se sentía como si estuviera en las nubes. Le gustaba llevarla y a ella no le importaba. No acababa de cogerle el truco a cambiar de forma y, a menudo las cosas que intentaba no salió exactamente como deberían. Era una fuente inagotable de placer para Zacarías. Y ella no le importaba en lo más mínimo ser su deleite.
Zacarías había sobrevolado la selva un millón de veces, pero sólo ahora, con Marguarita veía la verdadera belleza de la misma. Sentía el viento en la cara y el tirón del mismo sobra la ropa. Ella hacía que cosas tan sencillas como las travesuras del viento fueran divertidas. Ella hacia la vida divertida. Cada momento que pasaba en su compañía sólo incrementaba sus sentimientos hacia ella. A veces las emociones eran abrumadoras, sentía demasiado cuando la miraba.
Adoraba ese primer momento de la noche cuando despertaban y ella vertía su calidez en su interior. Él siempre exploraba el área en torno a ellos en busca de enemigos y luego contaba los latidos del corazón, hasta que ella venía a él. Le llenaba. Extraía el hielo y lo reemplazaba con algo tan hermoso que su corazón se encogía cada vez como si cada noche fuera todo nuevo. Adoraba su aspecto, su revuelto cabello, cayendo en cascada alrededor de su cara en ondas negro azuladas, tan despeinado con la impresión de él estampada en la cara por dormir sobre él. Cuando ella despertaba, su cuerpo siempre estaba sobre el suyo, sus piernas enredadas con las suyos, con la cabeza sobre el pecho y el olor de ella pegado a ambos.
Se dejó caer, disfrutando de la forma en que ella se aferró a él, pero nunca protestaba, confiando que él la mantendría a salvo. La entrada a la cueva estaba ocultaba bajo el borde de un acantilado.
-Estamos volando de noche tranquilamente desde nuestro hogar en Brasil. -Él le sostuvo la mano mientras inclinaba la cabeza y la llevaba dentro.
¿No tenemos que gatear o cambiar de forma?
Sonrió para sus adentros. Marguarita no estaba acostumbrada a cambiar y eso la molestaba un poco, sobre todo, cuando se movían a través de los túneles oscuros, se preocupaba por su famosa némesis, las arañas.
-Todavía no –murmuró-. Una vez que llegamos a la gran sala, hay otra más pequeña, mucho más profundo bajo la tierra. Nadie más que un Cárpatos puede acceder a ella. Es muy hermosa y estaremos a salvo por la noche.
Sabía que era la parte más difícil para ella, estar bajo tierra, pero Marguarita nunca se quejaba. Adoraba ese valor.
Umm. No soy realmente tan valiente. Cuento contigo para que te ocupes de cualquier cosa grande o pequeña que quiera unirse a nosotros.
Zacarías se dio la vuelta de repente y la tomó en sus brazos, sin poder esperar a que entrara en la cámara de abajo. Levantándole la barbilla, la besó con fuerza, incapaz de expresar con palabras el modo que le hacía sentir con su absoluta confianza.
-Cierra los ojos para mí. –Podía llevarla fácilmente el resto del camino en cuestión de segundos. Ella no tenía por qué soportar asustarse por la experiencia. Podría llevarle años superar sus miedos después de su encuentro con el pozo de las arañas, quizá no su mejor opción.
Marguarita apoyó la cabeza contra su pecho y él la llevó a través de la cámara grande al estrecho túnel que ni siquiera era lo bastante grande para que se arrastrara un niño. Tuvo que tierra a un lado en dos lugares donde el pequeño pasadizo se había derrumbado y dio gracias porque Marguarita no pudiera verlo, la tierra estaba cayendo sobre sus cabezas.
Dime lo que echas de menos de tu hogar.
Ella se acurrucó contra él. No me arrepiento, Zacarías.
Tienes un problema con mis órdenes.
La suave risa femenina calentó su mente.
Así que fue una orden. Lo siento tanto.
Ella no se sentía en absoluto arrepentido en su mente, sino más bien divertida. Su pequeña lunática ya no le tenía miedo. Dime lo que más echas de menos de tu hogar. Él siguió la orden con un gruñido profundo estruendoso que hizo que ella se partiera de risa en su mente.
Son pequeñas cosas, como la tetera de mi madre. Los olores. Me encanta el modo en que la casa siempre huele. Y mi cama. De verdad, de verdad adoraba mi cama. Había una foto de mis padres colgada en la pared del dormitorio. No sé si te al mostré, pero cuando me despertaba por la mañana podía verles sonriéndome. Echo de menos eso. Mi madre me hizo mi colcha, la de mi cama. Me gustaba envolverme en ella a altas horas de la noche cuando estaba triste y me sentía reconfortado. Cosas tontas.
No es tonto, dijo Zacarías.
La llevó a la pequeña cámara, ondeó las manos para crear las cosas que quería para ella. Su propia cama, completa con la colcha de su madre. La foto al otro lado de la cama, y sobre una mesita bajo la imagen, la tetera de su madre. Llenó la cámara con los olores que tanto le gustaban, lavanda y manzanilla. Velas encendidas en la habitación, emanando su propio aroma e iluminando suavemente la habitación que le había proporcionado.
-Abre los ojos -le ordenó en voz baja-. Ya envié todas las arañas fuera de este lugar antes de llegar, así que estás perfectamente a salvo.
Esperó, conteniendo el aliento, sin saber que lo hacía, observando su rostro mientras ella abría lentamente los ojos y se giraba para mirar a su alrededor. La alegría saltó en su mente incluso antes de que se transfiriera a su rostro. Luego su mirada saltó hacia él y Zacarías vio algo cercano a la adoración allí. Marguarita. Su mujer. Su milagro. Esa mirada particular de amor de su rostro valía todo en el mundo para él.
La levantó en brazos y la llevó a la cama, su boca sobre la de ella, perdiéndose en ella, encontrándose en ella.