Rowl se acurrucaba en su guarida recién reclamada y contemplaba cuál sería el mayor mal: regresar a su hogar en su condición actual o arrojarse por el costado de la aeronave. Que no pudiera discernir fácilmente la respuesta a su pregunta decía mucho sobre su situación.
Quizás terminar con todo sería lo mejor. No podía enfrentarse a su clan como estaba. Humanos tontos, por hacer su aeronave de tal manera que mutilara a un gato que estaba allí solo para guiarlos y protegerlos. Era un milagro que no se hubieran exterminado a si mismos hacía siglos.
Se movió y se movió con considerable dolor para levantarse y acostarse del otro lado. El interior de esta caja olía a aserrín, pero su boca abierta miraba hacia una de las paredes de la aeronave, por lo que al menos su horror paralizante no estaba a la vista de todos los humanos que pudieran pasar.
Escuchó cuando Ratoncito se acercó a la caja por cuarta vez.
-Rowl -dijo-. Esto es una tontería. Tienes que salir.
-Vete, Ratoncito -respondió Rowl-. Estoy contemplando el suicidio.
-No puedes hablar en serio -dijo Ratoncito.
-Totalmente en serio -respondió-. No puedo ir a casa así.
-Oh, por el amor de Dios -suspiró Bridget. Sus pesadas botas se alejaron, y Rowl volvió a sus cavilaciones.
Casi lo había perfeccionado cuando las botas se acercaron de nuevo y alguien levantó la caja y la giró noventa grados hacia un lado. Ratoncito se inclinó y miró dentro de la caja, frunciendo el ceño.
-Rowl, llevas ahí dos días y hemos aterrizado en la Aguja Albion. ¿Estás listo para salir ya?
-Nunca saldré -dijo Rowl malhumorado-. Soy un bicho raro.
-Constructores Misericordiosos -suspiró Ratoncito-. ¿Podrías salir y hablar conmigo?
Rowl se estremeció. Ratoncito era su amiga, pero no le debía todo. No debería tener que mostrar su rareza para entretenerla.
-Por favor -dijo-. Rowl, estás empezando a asustarme.
Rowl puso los ojos en blanco. Era una estratagema. Y además una barata. Intentaba ganarse su simpatía porque su extraño rostro humano estaba contorsionado por la preocupación y el afecto. Pero... era una de las estratagemas de Ratoncito.
Se levantó, rígido e incómodo, y luego comenzó con su cojera asimétrica, vacilante y espantosa hasta salir de la caja. La cosa horrible de su pata delantera derecha chocaba contra la plataforma de madera con cada paso repugnante, corto y desequilibrado.
-Si te lo pido -dijo Rowl-, ¿me matarías, por favor?
-No lo haría.
-Eres una amiga terrible -dijo Rowl. Intentó mover la pata, que le picaba horriblemente, pero la deformidad le impedía rascarse. Lo había intentado.
-Por el amor de Dios, Rowl -dijo Ratoncito- Es solo un yeso. El hueso sanará. ¿Por qué estás tan molesto por eso?
-Míralo -dijo Rowl con rencor-. Es espantoso. Es la cosa más espantosa que jamás haya existido.
En respuesta, Ratoncito levantó su brazo roto, con un yeso similar, y no dijo nada.
Rowl bajó un poco las orejas.
-Eso no viene al caso. Los seres humanos siempre parecen tontos y torpes. Yo soy un gato y el príncipe de los Patas Silenciosas. No se puede hacer ninguna comparación. Y mi cabeza -dijo Rowl. La habría sacudido para enfatizarlo, pero sacudirla no haría que la tela que el carnicero humano había sujetado allí se soltara, y sentía las patas extrañamente inestables cuando lo intentaba- Mira mi cabeza. Y debajo de esto me afeitó el pelaje. Parece que tuviera sarna.
-No tienes... Ay, Rowl -dijo Ratoncito- No necesitas a nadie que te ayude a suicidarte. Necesitas comida y descanso adecuados.
-Ya no tengo que interesarme por la comida -dijo Rowl. Reunió todo lo que pudo de su destrozada dignidad y se volvió para comenzar a caminar deliberadamente hacia la popa de la aeronave, que sobresalía en el vacío.
-No -dijo Ratoncito con firmeza. Lo alcanzó en dos zancadas y lo atrapó. Rowl intentó esquivarla, pero el monstruoso yeso de su pierna lo hacía más lento, y Ratoncito lo levantó, hizo una cuna con sus brazos y lo abrazó suavemente. Eso le proporcionó una breve y brillante oleada de deleite, que era una trampa.
-Ratoncito -dijo Rowl-, estás aplastándome el pelaje.
Ella lo abrazó un poco más y dijo:
-Sí. Eres mi amigo más antiguo. Estaría perdida sin ti.
Rowl no había considerado el asunto desde ese ángulo.
-Por supuesto.
-Si quieres, puedes quedarte conmigo hasta que el doctor Bagen diga que puede quitarse el yeso. Así no será necesario que te vea nadie de la tribu.
-Estás intentando sobornarme para que me olvide de tener una muerte honorable -dijo Rowl en tono severo.
-Acabo de enviar a un mensajero a comprar tus bolas de masa preferidas.
Con la sola mención de la comida, el estómago de Rowl gorgojeó hambriento, lo que también era una trampa.
Dejó escapar un profundo suspiro.
-Bien -dijo-. Pero sabes, Ratoncito, que no soportaría esta humillación por nadie más.
Ella frotó la cara contra el pelaje de su espalda y Rowl sintió que ronroneaba, lo cual habría sido hacer trampa si todavía hubiera estado intentando suicidarse, cosa que ahora ya no hacía. Lo había decidido.
Así que se dio la vuelta en los brazos acunados de Ratoncito para poder acariciarla en respuesta mientras ella lo acariciaba a él, aunque sólo fuera por un momento, rozándole el rostro con la pata delantera ilesa. Luego dijo:
-¿Dónde?
Ratoncito parpadeó.
-¿Dónde qué?
-¿Dónde están mis bolas de masa?
* * *
Grimm se sentó en silencio frente a Addison Orson Magnus Jeremiah Albion, Spirearch de Albion, hasta que este terminó de escanear las páginas del informe escrito de Grimm. El Spirearch, notó Grimm, leía muy, muy rápido.
-Ya veo -dijo Albion-, que no se hace mención a haber hecho encadenar a la tripulación capturada de la Itasca.
-No lo fueron -respondió Grimm.
Albion arqueó una ceja y miró a Grimm por encima del borde de sus gafas.
-El Capitán Castillo nos dio su palabra y la de su tripulación.
La otra ceja del Spirearch se arqueó.
-¿Así sin más?
-Más o menos -dijo Grimm-. Podríamos haberlos derribado. No lo hicimos.
Albion frunció los labios, pensativo y luego se volvió hacia el informe con una leve sonrisa.
-Háblame de nuestras pérdidas.
-La Tormentosa fue derribada. Sufrió muchas bajas, ciento cincuenta y tres muertos, incluidos todos sus oficiales subalternos menos uno, y cuarenta heridos, pero se las arregló para mantenerse a flote sobre sus cristales auxiliares hasta que las lanchas de rescate pudieron encontrarla en la niebla.
-Aquí dice -dijo Albion-, que se le debe dar un reconocimiento especial al Capitán Castillo y sus marines, quienes ayudaron en el esfuerzo de rescate.
-La Itasca tenía más lanchas funcionales que todos nosotros juntos -dijo Grimm-. Ningún marine o aeronauta quiere ver a nadie caer a la superficie.
-¿Y eso por qué?
-Porque todos tenemos pesadillas al respecto -dijo Grimm-. La batalla había terminado. Así que ayudaron.
-¿Y ninguno intentó escapar? -preguntó Albion.
Grimm negó con la cabeza una vez, con firmeza.
-Habían dado su palabra.
-Ya veo -murmuró Albion-. En su opinión, ¿la Tormentosa se puede salvar?
Las operaciones de salvamento siempre eran asuntos terriblemente arriesgados. Nunca se sabía a qué horrores podría enfrentarse uno en una simple misión para recuperar los preciosos cristales de elevación y el núcleo de una nave derribada. Después de todo, había que arriesgar una nave para intentar recuperar otra, y la tasa de éxito de tales recuperaciones siempre fluctuaba precariamente entre la sostenibilidad y arrojar cristales buenos tras otros en mal estado.
-No soy un experto en salvamento, señor -dijo Grimm-. Pero ahora estamos en guerra con Aurora. No podemos darnos el lujo de ir a lo seguro.
Albion dio unos golpecitos con el pulgar en su escritorio, meditando sobre la declaración.
-¿Señor?
-¿Sí, capitán?
-¿Qué va a pasar con los auroranos?
-Son prisioneros de guerra -dijo Albion-. Me imagino que se les pondrán a trabajar en la base de la Aguja.
Grimm apretó la mandíbula.
-No señor.
-¿No?
-No, señor -dijo Grimm-. He visto ese lugar. Bien podría atarles una soga al cuello y ponerlos sobre bloques de hielo, si quiere que mueran lentamente. Sería más limpio.
-No estoy seguro de por qué eso le preocupa, capitán -dijo Albion.
-Porque se rindieron ante mí -dijo Grimm-. Me dieron su palabra, señor. Podrían haber luchado sin ninguna posibilidad real de victoria, y habría sido una matanza. Pero esa rendición salvó la sangre y la vida de albiones y auroranos por igual. No veré recompensado al capitán Castillo con un trato tan grosero.
-Mmmm -dijo Albion. Asintió con la cabeza hacia el informe y dijo-: Continúe.
-La Victoriosa sufrió bajas moderadas entre su tripulación, con once muertos y cuarenta y un heridos. Sufrió graves daños en el casco y los mástiles, pero se puede reparar en diez días. La Valiente solo sufrió daños leves, sin muertos y con media docena de heridos, y el comodoro Bayard ya la tiene de vuelta en condiciones de lucha.
-¿Y la Depredadora?
-Veintidós hombres muertos, en total -respondió Grimm, con cuidado de pensar sólo en números-. Treinta y tres heridos.
-Perdimos un solo crucero pesado -reflexionó Albion-, y capturamos la Itasca.
-Lo que queda de ella -dijo Grimm.
-En el informe de Bayard -dijo Albion-, señala que la única razón por la que la Itasca pudo ser capturada fue porque usted la atrajo para que persiguiera a la Depredadora.
-Era lo correcto -dijo Grimm.
-Sí -dijo Albion-, y muchos hombres reconocen lo correcto. Pero cuando significa ponerse en peligro, relativamente pocos lo hacen.
Grimm sintió un repentino estallido de rabia en su pecho.
-Rook -dijo.
-Su informe -señaló Albion-, lo acusa de cobardía frente al enemigo.
-Así es -dijo Grimm- Se asustó. Huyó. Si la Gloriosa se hubiera mantenido firme, no habríamos perdido la Tormentosa, y bien podríamos haber tomado la Itasca completa y en funcionamiento.
-Eso dice en su informe -dijo Albion-. El informe del comodoro Rook al Almirantazgo se lee de manera algo distinta. Afirma que el impacto provocó un cortocircuito temporal en los cables de su cristal de elevación y que no pudo mantener la altitud.
-Es un maldito mentiroso -dijo Grimm-. Pregúntele a Bayard.
-Lo hice -dijo Albion-. El comodoro Bayard informa que estaba demasiado lejos del combate y con un ángulo de visibilidad demasiado pobre para ver claramente lo que sucedía y no puede jurar en conciencia la veracidad de ninguno de los dos los informes. Sin su testimonio, me temo que es su palabra contra la del comodoro Rook.
Grimm apretó los dientes. Él era un paria en la Flota. Rook era el favorito de una de las muchas facciones dentro de su estructura de mando.
-¿Le solicitó al capitán Castillo la cortesía de un informe?
Albion echó la cabeza hacia atrás y soltó una breve carcajada.
-Le creo, capitán. Estoy seguro de que el buen capitán respaldaría su informe. Pero me temo que su palabra tampoco tendrá mucho peso en el Almirantazgo de la Flota.
La columna vertebral de Grimm se sentía como hierro rígido revestido de cobre.
-¿Así que se sale con la suya, señor?
-Se sale con la suya -dijo Albion-. Por ahora.
Grimm escuchó sus nudillos estallar cuando apretó su mano en un puño frustrado.
-Sí, señor.
Albion lo miró fijamente por un momento y luego dejó a un lado el informe y juntó las manos en un campanario puntiagudo.
-Entre nosotros -dijo-, ¿cómo evaluaría el desempeño de Albion en esta crisis?
-Fallamos, señor -dijo Grimm.
-¿En qué manera?
-No detuvimos el ataque a Landing. Nuestros enemigos escaparon, después de quemar una colección de conocimiento de valor incalculable. Murieron inocentes. El muelle de Landing fue destruido. Solo hay un punto brillante en todo este lío.
-¿Que sería?
Grimm sacó dos volúmenes idénticos del bolsillo de su abrigo y los dejó sobre el escritorio de Albion.
-Esto es lo que buscaban Cavendish y los auroranos. Tomó una copia y quemó todas las demás que pudo encontrar. Uno de los monjes logró sacar uno del fuego y yo le quité el libro robado antes de la llegada de la Itasca.
Albion puso sus dedos sobre los libros muy, muy lentamente. Los atrajo ambos hacia él y los separó de modo que quedaran uno al lado del otro.
-No mencionó esto en tu informe.
-No, señor. Los auroranos se tomaron muchas molestias para conseguir este libro. Me pareció mejor no mencionarlo en ningún tipo de registro.
Albion asintió lentamente.
-De hecho, capitán. Hizo exactamente lo correcto. -Cogió ambos libros y los guardó en el cajón de su escritorio-. Todo este incidente ha sido extremadamente lamentable.
-Podría haber sido peor -dijo Grimm.
-¿Ah?
—Los gremios criminales de Landing, señor. Si no hubieran intervenido y coordinado los esfuerzos de extinción de incendios y la evacuación, habría muerto mucha más gente. Podríamos haber perdido toda la habble.
-Sí -dijo Albion-. Tuvimos suerte de que reaccionaran tan rápido.
-S í-dijo Grimm-. Fue casi como si alguien les advirtiera de lo que se avecinaba. Señor.
Albion parpadeó una vez, lentamente, y le dedicó a Grimm una mirada suave.
-¿Qué está insinuando, capitán?
-No podía confiar en su propia Guardia -dijo Grimm-. Pero necesitaba a alguien con el personal, la fuerza y la organización para hacer el trabajo, y aunque la motivación de los gremios puede ser desagradable, es absolutamente constante. Dinero.
-Es una teoría muy interesante, capitán Grimm -dijo Albion-. Pero me temo que no es terriblemente creíble. Soy un testaferro del gobierno y poco más. Todos saben eso.
-Oh -dijo Grimm-. Un error por mi parte.
Ninguno de los dos sonrió. Pero Albion inclinó levemente la cabeza hacia Grimm, como un esgrimista reconociendo un toque.
-¿Por qué, señor? -preguntó Grimm-. ¿Por qué querrían ese libro?
-No estoy seguro -dijo Albion-. Supongo que podríamos preguntar.
-Los oficiales y la tripulación de la Itasca no sabrán nada al respecto, más allá de sus órdenes de movimiento y objetivos -dijo Grimm-. Es seguridad militar básica.
-Entonces debemos preguntar a madame Cavendish, supongo. -Albion lo miró-. ¿Podemos atrapar a la Tiburón de Niebla?
-En el momento en que la capitana Ransom regresó a su nave, la habrá conducido hasta la niebla y habrá izado velas -dijo Grimm-. Es una contrabandista. Podría enviar a la mitad de Flota a cazarla, señor, y nunca vería ni su sombra.
-¿Y esa es su opinión profesional? -preguntó Albion, entrecerrando ligeramente los ojos.
-No, señor. Es un hecho.
-Mmmm -dijo Albion-. Bien. Al menos no consiguieron el libro.
* * *
La tormenta golpeaba a la Tiburón de Niebla. Vientos impredecibles azotaban la aeronave de forma aleatoria y violenta, a veces empujándola de un lado a otro, y más a menudo lanzándola violentamente hacia arriba o hacia abajo. Espira estaba echado en el suelo, con el arnés de seguridad atado fuerte y firmemente, con la espalda contra el casco. Sus hombres eran marines auroranos, acostumbrados al mal tiempo en las aeronaves, pero aun así, después de tres días de propulsión impulsada por el viento, más de unos pocos se habían visto obligados a agarrar un balde en el que perder el contenido de sus estómagos.
Espira cerró los ojos y se hundió en el limbo hasta que, una cantidad de tiempo no especificada después, Ciriaco le tocó el hombro y lo despertó.
-Otra vez -dijo el sargento.
Suspiró y se puso de pie. Se desabrochó el arnés de seguridad y comenzó el laborioso proceso de atravesar la Tiburón de Niebla para llegar al camarote de madame Cavendish.
Espira estaba cansado. No tenía ganas de llamar, pero simplemente irrumpir habría sido de mala educación, y quería vivir para ver Aguja Aurora de nuevo. Llamó y, un momento después, Sark abrió la puerta. El gran nacido guerrero parecía más delgado, como un gato medio muerto de hambre, pero estaba de pie y moviéndose de nuevo a pesar de las terribles heridas que había sufrido. Gruñó y se apartó de la puerta cuando entró Espira.
Madame Cavendish parecía asustada. Su cabello estaba revuelto. Tenía las mangas arremangadas y la tinta le manchaba los dedos y salpicaba al azar sus delgados antebrazos. Agarraba con gravedad una pluma, como si los músculos de su mano se hubieran bloqueado desde hacía mucho tiempo por el uso excesivo, y estuviera escribiendo furiosamente en un trozo de papel.
Una pila de varios cientos de trozos de papel más se encontraban en la mesa junto a ella, con los bordes alineados con precisión maníaca, y cada uno de ellos estaba cubierto con su escritura audaz y angular.
Terminó la página en la que estaba, la última, la sopló suavemente para ayudar a secar la tinta, y luego la colocó con cuidado encima de la pila. Se sentó lentamente, sus ojos brillaban y solo después de un momento de silencio reconoció a Espira.
-Mayor -dijo.
-Señora.
-Necesito el uso de algunos de sus hombres. Deben hacerse copias de estas páginas.
Espira frunció el ceño. Tenía la mujer...
-¿Señora? -preguntó Espira-. ¿Ha escrito esto... de memoria?
-¿Por qué cree que llevo aquí sentada escribiendo los últimos tres días? -dijo Cavendish en tono mordaz-. ¿Por qué cree que cedí el libro a la capitana Ransom cuando los albiones nos abordaron?
-Yo... Ya veo -dijo Espira-. Señora, preguntaré cuál de mis hombres sabe leer y escribir, pero debe saber que no son elegidos como marines auroranos por su caligrafía.
-Reconocido -dijo Cavendish-. Debe hacerse.
-Si puedo ser tan audaz -dijo Espira-, ¿puedo preguntar qué había en el libro que era tan importante?
-Nombres, Mayor -dijo Cavendish, sus ojos brillaban con hambrientas chispas fantasmales-. Nombres.
* * *
Folly se sentó gritando y siguió gritando hasta que se dio cuenta de lo incómodo que era. Sus gritos se extinguieron en pequeños gemidos y luego se estremeció y sintió lágrimas en las mejillas.
El maestro Ferus subió a trompicones por la escalera hasta su ático, con su salvaje cabello blanco ondeando, y el rostro preocupado.
-¿Folly?
Intentó hablar, pero su voz salió muy queda.
-De nuevo, maestro. Lo soñé de nuevo.
-Dime -dijo.
Folly se estremeció.
-Soñé con una Aguja, rodeada de oscuridad, con la Muerte entrando a raudales a través de sus paredes. Soñé con miles de naves como cristales que se elevaban de la tierra, y dondequiera que fueran, la gente moría. -Se estremeció y respiró hondo antes de terminar en un susurro-. “Vi caer un Aguja. Colapsarse como si estuviera hecha de arena. Y soñé con la Depredadora en llamas. Ardiendo. Rota. Hombres cayendo de ella como pequeños juguetes...
El recuerdo de sus gritos de pánico hizo que las lágrimas volvieran a brotar de los ojos de Folly. Cuando parpadeó para liberarlas, el maestro la miraba con compasión.
-Maestro -dijo Folly en voz baja-. Estos no son sueños, ¿verdad?
-No -dijo él con voz ronca.
-Es el futuro.
-Sí.
Folly se estremeció.
Él le puso una mano en el hombro y apoyó la frente contra la de ella, con los ojos cerrados. Ella se apoyó contra él, agradecida por su simple proximidad.
-¿Por qué estoy teniendo estos sueños?
-Porque está comenzando.
-¿Qué está comenzando?
-El final -respondió Ferus.
Su tono era pesado, cansado.
-¿Maestro?
-¿Sí, Folly?
-Tengo miedo
-Yo también, niña -dijo el eterealista-. Yo también.
FIN DEL PRIMER LIBRO