Autor Tema: Los aeronautas, capítulo 69  (Leído 852 veces)

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Los aeronautas, capítulo 69
« on: Enero 05, 2021, 09:27:49 am »
Capítulo 69
AMS Depredadora

Bridget se despertó casi instantáneamente cuando Benedict se movió en su lecho de enfermo.
Se sentó en su silla y se secó la boca con la mano, como siempre hacía. Tenía una lamentable tendencia a babear cuando dormía profundamente. Pero se olvidó, y estuvo a punto de romperse los dientes cuando el yeso sobre su antebrazo y muñeca le golpeó los labios.
Soltó una maldición y se llevó el brazo ileso a la boca para frotar la magulladora. Lo que le faltaba, que Benedict se despertara y viera su labio abierto e hinchado.
El joven nacido guerrero se movió y dejó escapar un suave gemido. Su cuerpo se contrajo y luego sus brazos se movieron, solo para verse sujetado por las correas del catre de enfermería que ocupaba. Abrió los ojos y miró adormilado a su alrededor.
La enfermería estaba abarrotada, con hombres atados a catres que cubrían casi todos los centímetros libres del suelo. El doctor Bagen, después de trabajar durante casi un día seguido a raíz de la batalla, estaba en una hamaca colgada en un rincón de la enfermería, roncando con la fuerza de una tormenta que se avecinaba. Una segunda hamaca había sido colgada en la otra esquina, y el maestro Ferus yacía en ella, con los brazos cruzados sobre el vientre, durmiendo con una pequeña sonrisa de satisfacción en el rostro. Folly yacía acurrucada en el espacio abierto debajo de la hamaca de su mentor, entre las dos carretas del eterealista, durmiendo con la boca abierta.
-No intentes sentarte todavía -le dijo Bridget a Benedict-. Vale. Vale. Déjame desabrocharlo.
Se inclinó y desabrochó las correas que sujetaban a Benedict a su catre, y él respiró hondo después de que lo hiciera y levantó las manos para frotarse la cara. Luego las bajó, sus ojos se enfocaron de golpe, y por un momento hubo algo salvaje y peligroso en ellos. Cuando se fijaron en ella, Bridget sintió que apenas lo reconocía.
Afortunadamente, Bagen la había preparado de antemano para el tipo de respuesta que un nacido guerrero herido podía mostrar tras una batalla seguida de casi dos días de inconsciencia. El metabolismo acelerado de Benedict había ardido ferozmente durante todo ese tiempo, y parecía más delgado y peligroso que en cualquier otro momento en lo que llevaba de haberle conocido.
Sin una palabra, ella le pasó una jarra grande que tenía preparada, y él casi se la arrebató de las manos, agarrándola con torpeza debido a las quemaduras y las gruesas vendas de las manos, pero se tragó el agua con tanta sed que parte de ella se le derramó por las comisuras de la boca. Cuando bajó la jarra, ella había descubierto el cuenco grande de estofado espeso y la pequeña barra de pan que había estado esperando junto al agua. Benedict se sentó, se lo quitó con un gruñido y un destello de dientes, y comenzó a comer el guiso directamente del cuenco, como si no pudiera llevárselo a la boca con la suficiente rapidez. Complementó tragos de estofado con enormes mordiscos de la hogaza de pan, casi sin masticarlos antes de tragar.
Bridget siguió las instrucciones del doctor Bagen y se sentó muy quieta mientras Benedict comía, sin hablar, sin moverse ni ofrecerse a coger el cuenco cuando pareció haber terminado.
Fue solo después de que hubo terminado el cuenco y el pan por igual que la locura pareció desaparecer de sus ojos. Parpadeó varias veces y luego de repente se centró en Bridget de nuevo. La mitad inferior de su rostro estaba manchada por la comida. Se llevó la mano a la boca en un gesto corto y abortivo, y algo parecido a la vergüenza tocó sus ojos.
-Ah -dijo, con voz baja y áspera-. Estoy... Le ruego me disculpe, señorita Tagwynn. No era yo mismo.
-Está bien -le aseguró-. ¿Cómo te sientes?
-Horrible. -Algo profundo y oscuro parpadeó en sus ojos por un momento, pero luego desapareció-. ¿Dónde estamos? -preguntó.
-A bordo de la Depredadora, en la enfermería.
Él miró a su alrededor.
-Ah. ¿Cómo llegamos aquí? Estábamos en el templo, es lo último que recuerdo.
-Te derrumbaste por el veneno de tejedor de seda -dijo Bridget en voz baja-. Sabíamos que el maestro Ferus podía ayudarte a ti y a los demás que habían sido envenenados, así que el capitán nos llevó a todos a bordo y se dispuso a recuperar el equipamiento del maestro Ferus.
-Con éxito, obviamente -señaló Benedict-. ¿Que pasó? -Parpadeó y de repente se enderezó-. Bridget, ¿qué te ha pasado en la cara? ¿Tu brazo? -Levantó una mano y le tocó la mejilla magullada.
Las yemas de sus dedos eran ligeras, calientes y un poco ásperas. Bridget pensó que su corazón podría detenerse. Sintió que sus ojos se abrían de par en par.
La columna vertebral de Benedict pareció ponerse rígida en el mismo momento. Luego bajó la mano bruscamente y se aclaró la garganta.
-Um. Es decir, si quieres contármelo.
-Me golpearon en la cara mientras el templo se derrumbaba a nuestro alrededor -dijo Bridget, lo cual era técnicamente cierto. Levantó su yeso-. Esto sucedió cuando comenzó la batalla.
-¿Qué batalla?
-Oh, perseguimos y luchamos con la Tiburón de Niebla, la nave campeona de las Pruebas Olímpicas, luego luchamos contra algo llamado Itasca junto a varias naves de la Flota. La capturamos, lo que aparentemente es algo muy importante, y ahora llevamos a todos los de la batalla de regreso a casa -Bridget sonaba para sí misma como una niña terriblemente nerviosa recitando poesía por primera vez frente a sus compañeros de clase, hablando demasiado rápido pero incapaz de detenerse.
Benedict parpadeó y negó con la cabeza.
-Yo... ¿Cómo dices que te lastimaste la muñeca?
-La nave estaba maniobrando y yo estaba intentando sujetar a Rowl. No tenía idea de que el movimiento pudiera ser tan violento. -Sacudió la cabeza y sintió que se sonrojaba-. No es nada, honestamente.
-¿Dónde está Rowl?
-No me habla en este momento -dijo-. Me temo que su orgullo está herido. Pero volverá. Tarde o temprano.
Benedict sonrió levemente.
-¿Y Gwen?
-Ella está bien -dijo Bridget-. Es buena.
El joven nacido guerrera enarcó una ceja ante el tono pensativo de la voz de Bridget.
-Sí, lo es -dijo en voz baja-. Arrogante, testaruda, ocasionalmente descuidada y lenta para considerar que podría estar equivocada, pero tiene buen corazón. Debajo de todas las partes molestas. De vez en cuando a una buena distancia por debajo.
Bridget soltó una pequeña carcajada y negó con la cabeza.
-Siempre te burlas de ella.
-Alguien debe hacerlo. De lo contrario, tendría una cabeza de Lancaster enorme e hinchada. -Sonrió y la estudió un momento. Luego, moviéndose muy deliberadamente, Benedict Sorellin tomó la mano de Bridget y la apoyó sobre sus dedos calientes por la fiebre. Apretó la mano entre las suyas. El corazón de Bridget se aceleró y sintió que se sonrojaba de nuevo, sonreía y miraba fijamente sus propios pies.
Pero cerró los dedos suavemente contra los de él, y sintió su firme y cuidadoso agarre apretarse en respuesta.
Era asombroso, pensó. No sentía necesidad de decir nada. Y al parecer él tampoco. Su mano estaba en la de él, y eso era suficiente y más que suficiente. Estaba exhausta y los últimos días habían sido terribles, pero ahora estaba sentada en silencio junto a Benedict, le tomaba la mano y se sentía más feliz de lo que se había sentido en meses.

* * *

Gwen estaba de pie en silencio en la cubierta ventosa, con las gafas puestas, y mirando por encima de la barandilla hacia donde se había levantado una gran plataforma de carga desde la Itasca con el coste de los primeros días de la guerra.
No había lugar donde pudieran yacer los cuerpos de los que habían muerto. En su lugar, habían sido envueltos en tela y apilados como leña, tanto albiones como auroranos. La plataforma ahora flotaba a cien metros de la Depredadora, atada con un tramo de cuerda.
La cubierta de la Depredadora estaba abarrotada. Los oficiales de la rendida Itasca estaban de pie, desarmados, con sus uniformes de gala, al igual que los oficiales de la Valiente y la Victoriosa, y el único oficial superviviente de la Tormentosa.
-Ya que ha agradado a Dios en el Cielo sacar de este mundo las almas de estos hombres -entonó el capitán Grimm, con voz tranquila y firme, y el sombrero en las manos- entregamos sus cuerpos a los vientos, tierra a la tierra, cenizas a las cenizas y polvo al polvo, albergando la esperanza bienaventurada de que el propio Dios en el Cielo descienda a la tierra con un grito, con las voces de los arcángeles y con la trompeta divina, y que entonces lo que es volverá a ser. Entonces los que estemos vivos y los que quedamos veremos un mundo nuevo nacido de este velo de lágrimas, y nos reuniremos con ellos en paz. Amén.
-Amén -se escuchó un rugido general de los oficiales reunidos y los aeronautas de la Depredadora.
-Salva fúnebre -dijo Creedy desde su lugar a la derecha de Grimm-. Adelante.
Uno de los cañones de la Depredadora había sido ajustado para la tarea en cuestión, y lo que salió de su cañón no fue el habitual cometa de luz, sino un sol pequeño y brillante. Navegó con gracia hacia la plataforma flotante, expandiéndose rápidamente, y cuando la golpeó se produjo un destello de luz, una tos atronadora y una repentina nube de tormenta hecha de puro fuego, tan brillante que Gwen tuvo que protegerse los ojos contra ella, incluso llevando gafas.
Cuando parpadeó, sus ojos se aclararon de nuevo, la plataforma y los cuerpos que había sobre ella habían desaparecido, reemplazados por una nube de ceniza y hollín que se disipaba rápidamente, ya siendo arrastrada por la fuerte brisa.
Hubo un largo momento de silencio, durante el cual nadie se movió. Entonces, como por una señal tácita, de repente decenas de hombres se volvieron a poner el sombrero, y la quietud del servicio fúnebre terminó. Hubo un breve período de mezcla entre los oficiales, en el que los auroranos capturados hablaron tranquilamente con sus contrapartes de Albion, diferenciándose solo en sus uniformes, y en que ninguno de ellos llevaba guanteletes o espadas.
Luego, los hombres comenzaron a abordar lanchas y regresar a sus naves, a la Valiente y la Victoriosa, ambas arrastrando la forma destrozada e inutilizada de la Itasca tras ellas. Luego, las tres naves comenzaron a regresar lentamente hacia Aguja Albion, moviéndose a solo una fracción de la velocidad que los había alejado de la Aguja él.
Gwen esperó varios minutos después de que la nave se pusiera en marcha, y luego observó cómo el capitán Grimm regresaba a sus habitaciones. Lo siguió y llamó a su puerta.
-Entre -dijo.
Se quitó las gafas y entró para encontrarlo sentado en la mesita de su camarote con un montón de páginas en blanco frente a él, junto con una pluma y tinta. Los dejó a un lado y se levantó cortésmente cuando ella entró.
-Capitán. Buenas tardes.
-Señorita Lancaster -dijo Grimm-. ¿Qué puedo hacer por usted?
Gwen se encontró apretando los puños en el dobladillo de su chaqueta y se obligó a detenerse.
-Yo... Necesito hablar con alguien. Pero no hay nadie que parezca apropiado. Si estuviera en casa, hablaría con Esterbrook, pero...
Grimm inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado. Luego le hizo un gesto para que se sentara en la otra silla y se la acercó. Gwen se sentó agradecida.
-¿Té? -le preguntó el capitán.
-Yo... No estoy segura de que sea una conversación para el té -dijo Gwen.
Grimm frunció el ceño.
-Le ruego, señorita Lancaster, que diga lo que tiene en mente.
-Eso mismo es -dijo-. Yo... No estoy segura de qué es. Tengo una sensación horrible.
Grimm respiró hondo por la nariz y dijo:
—Ah. ¿Como de horrible?
Gwen sacudió con la cabeza.
-Maté a un hombre hace unos días. Un oficial aurorano. Elegí hacerlo. Él nunca tuvo una oportunidad.
Grimm asintió lentamente.
-Y vi a esa matriarca tejedora de seda. Yo la vi... hacer cosas.
Grimm dijo en voz baja:
-Continúe. -Se volvió hacia un armario, lo abrió y sacó una botella y dos vasos pequeños.
-Y... y yo estaba aquí durante la batalla. Vi... -Gwen descubrió que se le cerraba la garganta. Se obligó a hablar con más claridad-. Fue terrible. Cuando cierro los ojos... No estoy muy segura de tener que estar dormida ya para tener pesadillas, capitán.
-Sí -dijo Grimm. Volvió a la mesa, sirvió un poco de licor en cada vaso y le pasó uno antes de sentarse.
Gwen miró el cristal sin verlo realmente.
-Es solo que... Yo estaba en medio de todo eso. Vi todo eso. Y ahora...
-Ahora está en camino de regreso para estar entre gente que no lo ha visto -dijo Grimm en voz baja.
Gwen parpadeó y sintió que sus ojos se ensanchaban levemente mientras lo miraba.
-Sí. Sí, eso es exactamente. Yo... No tenía idea de cómo podría ser el mundo hasta que lo vi. Lo sentí. -Negó con la cabeza, incapaz de continuar.
-¿Cómo va a hablar con alguien que no tiene idea? -dijo Grimm, asintiendo-. ¿Cómo puedes explicar algo para lo que no encuentras palabras? ¿Cómo puedes hacer que alguien más comprenda algo para lo que no tienen un marco de referencia?
-Sí -dijo Gwen. Su garganta se cerró de nuevo-. Sí. Eso es exactamente.
-No puedes -dijo Grimm simplemente-. Ha visto usted las fauces de niebla. Ellos no lo han hecho.
Gwen parpadeó levemente ante eso.
-Yo... Oh. ¿Eso es lo que significa esa frase? Porque no he visto una bruma literal.
Grimm sonrió levemente.
-Eso es lo que significa -dijo-. Puede describirles todo lo que quiera. Puede escribir libros sobre lo que sintió, lo que experimentó. Puede componer poemas y canciones sobre cómo fue. Pero hasta que no lo vean por sí mismos, no podrán saber realmente de qué está hablando. Algunas personas verán claramente el efecto que tuvo en usted, al menos lo entenderán. Pero no lo sabrán.
Gwen se estremeció.
-No estoy segura de querer que lo hagan.
-Por supuesto que no -dijo Grimm-. Nadie debería tener que pasar por eso. ¿Por qué luchar, si no para proteger a los demás?
Gwen asintió.
-Pensé que tal vez me estaba volviendo loca.
-Posiblemente -dijo Grimm-. Pero si es así, no estará sola.
Se sintió sonreír un poco.
-¿Qué debo hacer?
En respuesta, él levantó su copa y extendió el brazo. Ella hizo lo propio y tocó su copa con la de él. Ambos bebieron. El licor era dorado, dulce y fuerte, y le quemó mientras descendía.
-Hábleme de ello, si lo desea -dijo Grimm-. O a Benedict. O a la señorita Tagwynn. O al señor Kettle, si no le importa oir maldiciones. Todos han visto las fauces de la niebla.
-¿Y saben cómo vivir con esto? -preguntó Gwen.
-No estoy seguro de que nadie sepa hacer eso -dijo Grimm-. Pero la entenderán. Ayuda. Lo sé. Y con el tiempo no es tan difícil de soportar.
-Lo que hemos hecho -dijo Gwen en voz baja-. La violencia. La muerte. -Sacudió la cabeza, incapaz de articular lo que sentía.
-Lo sé -dijo Grimm en voz muy baja-. Hay una pregunta que debe hacerse.
-¿Oh?
El asintió.
-Si pudiera volver exactamente a esos momentos, con exactamente el conocimiento que tenía en ese momento, ¿haría algo diferente?
-¿No quiere decir, si hubiera sabido entonces lo que sé ahora?
-No -dijo él con firmeza-. Quiero decir exactamente lo contrario a eso. No puede ver el futuro, señorita Lancaster. No puede ser consciente de todo en todo momento. En situaciones de combate, sus elecciones se pueden juzgar basándose únicamente en lo que sabía en ese momento. Esperar algo más de un soldado es exigir que sea sobrehumano. Lo que me parece irrazonable.
Gwen frunció el ceño, pensando, girando el vaso vacío entre sus dedos.
-Yo... Si hubiera hecho algo diferente, creo que ahora mismo estaría muerta.
-Ahí lo tiene -dijo Grimm simplemente.
-Pero me siento horrible -dijo Gwen.
-Bien -dijo Grimm-. Debe hacerlo. Cualquiera debería hacerlo.
-Eso no parece muy militar.
Él sacudió la cabeza.
-En el momento en que pueda ver las fauces de la niebla sin sentirse horrible, ya no será un soldado, señorita Lancaster. Será usted... algo así como un monstruo, tal vez.
-Usted parece estar muy bien -dijo Gwen.
-Lo parezco. Sí. -Grimm le dedicó una sonrisa con un matiz amargo y se sirvió otro trago. Levantó la botella y ella negó con la cabeza. Volvió a dejar la botella y se tomó la bebida de un solo trago-. No lo estoy. Pero todavía no puedo permitirme el lujo de desmoronarme. Seré un desastre balbuceante más tarde, se lo aseguro, pero por el momento hay trabajo por hacer. Sé lo que está sintiendo.
Gwen asintió y sintió un escalofrío recorrerla, y luego abandonar su cuerpo sintiéndose una fracción menos tensa, una fracción menos dolorida.
Él estaba en lo cierto. Esto ayudaba.
-Es curioso -dijo.
-¿Perdón?
-Después de la forma en que me marché, de repente me encuentro con muchas ganas de volver a casa. Pero... no será lo mismo cuando regrese. ¿Verdad?
-Será lo mismo -dijo Grimm-. Será usted la que habrá cambiado.
-Oh -dijo ella en voz baja. Se sentaron en silencio un momento. Entonces Gwen se levantó y dejó su vaso sobre la mesa. Grimm se levantó con ella.
-Capitán Grimm -dijo-. Gracias.
Él inclinó la cabeza hacia ella y dijo:
-Por supuesto.

* * *


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Re: Los aeronautas, capítulo 69
« Respuesta #1 on: Enero 05, 2021, 09:28:01 am »
Rowl se acurrucaba en su guarida recién reclamada y contemplaba cuál sería el mayor mal: regresar a su hogar en su condición actual o arrojarse por el costado de la aeronave. Que no pudiera discernir fácilmente la respuesta a su pregunta decía mucho sobre su situación.
Quizás terminar con todo sería lo mejor. No podía enfrentarse a su clan como estaba. Humanos tontos, por hacer su aeronave de tal manera que mutilara a un gato que estaba allí solo para guiarlos y protegerlos. Era un milagro que no se hubieran exterminado a si mismos hacía siglos.
Se movió y se movió con considerable dolor para levantarse y acostarse del otro lado. El interior de esta caja olía a aserrín, pero su boca abierta miraba hacia una de las paredes de la aeronave, por lo que al menos su horror paralizante no estaba a la vista de todos los humanos que pudieran pasar.
Escuchó cuando Ratoncito se acercó a la caja por cuarta vez.
-Rowl -dijo-. Esto es una tontería. Tienes que salir.
-Vete, Ratoncito -respondió Rowl-. Estoy contemplando el suicidio.
-No puedes hablar en serio -dijo Ratoncito.
-Totalmente en serio -respondió-. No puedo ir a casa así.
-Oh, por el amor de Dios -suspiró Bridget. Sus pesadas botas se alejaron, y Rowl volvió a sus cavilaciones.
Casi lo había perfeccionado cuando las botas se acercaron de nuevo y alguien levantó la caja y la giró noventa grados hacia un lado. Ratoncito se inclinó y miró dentro de la caja, frunciendo el ceño.
-Rowl, llevas ahí dos días y hemos aterrizado en la Aguja Albion. ¿Estás listo para salir ya?
-Nunca saldré -dijo Rowl malhumorado-. Soy un bicho raro.
-Constructores Misericordiosos -suspiró Ratoncito-. ¿Podrías salir y hablar conmigo?
Rowl se estremeció. Ratoncito era su amiga, pero no le debía todo. No debería tener que mostrar su rareza para entretenerla.
-Por favor -dijo-. Rowl, estás empezando a asustarme.
Rowl puso los ojos en blanco. Era una estratagema. Y además una barata. Intentaba ganarse su simpatía porque su extraño rostro humano estaba contorsionado por la preocupación y el afecto. Pero... era una de las estratagemas de Ratoncito.
Se levantó, rígido e incómodo, y luego comenzó con su cojera asimétrica, vacilante y espantosa hasta salir de la caja. La cosa horrible de su pata delantera derecha chocaba contra la plataforma de madera con cada paso repugnante, corto y desequilibrado.
-Si te lo pido -dijo Rowl-, ¿me matarías, por favor?
-No lo haría.
-Eres una amiga terrible -dijo Rowl. Intentó mover la pata, que le picaba horriblemente, pero la deformidad le impedía rascarse. Lo había intentado.
-Por el amor de Dios, Rowl -dijo Ratoncito- Es solo un yeso. El hueso sanará. ¿Por qué estás tan molesto por eso?
-Míralo -dijo Rowl con rencor-. Es espantoso. Es la cosa más espantosa que jamás haya existido.
En respuesta, Ratoncito levantó su brazo roto, con un yeso similar, y no dijo nada.
Rowl bajó un poco las orejas.
-Eso no viene al caso. Los seres humanos siempre parecen tontos y torpes. Yo soy un gato y el príncipe de los Patas Silenciosas. No se puede hacer ninguna comparación. Y mi cabeza -dijo Rowl. La habría sacudido para enfatizarlo, pero sacudirla no haría que la tela que el carnicero humano había sujetado allí se soltara, y sentía las patas extrañamente inestables cuando lo intentaba- Mira mi cabeza. Y debajo de esto me afeitó el pelaje. Parece que tuviera sarna.
-No tienes... Ay, Rowl -dijo Ratoncito- No necesitas a nadie que te ayude a suicidarte. Necesitas comida y descanso adecuados.
-Ya no tengo que interesarme por la comida -dijo Rowl. Reunió todo lo que pudo de su destrozada dignidad y se volvió para comenzar a caminar deliberadamente hacia la popa de la aeronave, que sobresalía en el vacío.
-No -dijo Ratoncito con firmeza. Lo alcanzó en dos zancadas y lo atrapó. Rowl intentó esquivarla, pero el monstruoso yeso de su pierna lo hacía más lento, y Ratoncito lo levantó, hizo una cuna con sus brazos y lo abrazó suavemente. Eso le proporcionó una breve y brillante oleada de deleite, que era una trampa.
-Ratoncito -dijo Rowl-, estás aplastándome el pelaje.
Ella lo abrazó un poco más y dijo:
-Sí. Eres mi amigo más antiguo. Estaría perdida sin ti.
Rowl no había considerado el asunto desde ese ángulo.
-Por supuesto.
-Si quieres, puedes quedarte conmigo hasta que el doctor Bagen diga que puede quitarse el yeso. Así no será necesario que te vea nadie de la tribu.
-Estás intentando sobornarme para que me olvide de tener una muerte honorable -dijo Rowl en tono severo.
-Acabo de enviar a un mensajero a comprar tus bolas de masa preferidas.
Con la sola mención de la comida, el estómago de Rowl gorgojeó hambriento, lo que también era una trampa.
Dejó escapar un profundo suspiro.
-Bien -dijo-. Pero sabes, Ratoncito, que no soportaría esta humillación por nadie más.
Ella frotó la cara contra el pelaje de su espalda y Rowl sintió que ronroneaba, lo cual habría sido hacer trampa si todavía hubiera estado intentando suicidarse, cosa que ahora ya no hacía. Lo había decidido.
Así que se dio la vuelta en los brazos acunados de Ratoncito para poder acariciarla en respuesta mientras ella lo acariciaba a él, aunque sólo fuera por un momento, rozándole el rostro con la pata delantera ilesa. Luego dijo:
-¿Dónde?
Ratoncito parpadeó.
-¿Dónde qué?
-¿Dónde están mis bolas de masa?


* * *

Grimm se sentó en silencio frente a Addison Orson Magnus Jeremiah Albion, Spirearch de Albion, hasta que este terminó de escanear las páginas del informe escrito de Grimm. El Spirearch, notó Grimm, leía muy, muy rápido.
-Ya veo -dijo Albion-, que no se hace mención a haber hecho encadenar a la tripulación capturada de la Itasca.
-No lo fueron -respondió Grimm.
Albion arqueó una ceja y miró a Grimm por encima del borde de sus gafas.
-El Capitán Castillo nos dio su palabra y la de su tripulación.
La otra ceja del Spirearch se arqueó.
-¿Así sin más?
-Más o menos -dijo Grimm-. Podríamos haberlos derribado. No lo hicimos.
Albion frunció los labios, pensativo y luego se volvió hacia el informe con una leve sonrisa.
-Háblame de nuestras pérdidas.
-La Tormentosa fue derribada. Sufrió muchas bajas, ciento cincuenta y tres muertos, incluidos todos sus oficiales subalternos menos uno, y cuarenta heridos, pero se las arregló para mantenerse a flote sobre sus cristales auxiliares hasta que las lanchas de rescate pudieron encontrarla en la niebla.
-Aquí dice -dijo Albion-, que se le debe dar un reconocimiento especial al Capitán Castillo y sus marines, quienes ayudaron en el esfuerzo de rescate.
-La Itasca tenía más lanchas funcionales que todos nosotros juntos -dijo Grimm-. Ningún marine o aeronauta quiere ver a nadie caer a la superficie.
-¿Y eso por qué?
-Porque todos tenemos pesadillas al respecto -dijo Grimm-. La batalla había terminado. Así que ayudaron.
-¿Y ninguno intentó escapar? -preguntó Albion.
Grimm negó con la cabeza una vez, con firmeza.
-Habían dado su palabra.
-Ya veo -murmuró Albion-. En su opinión, ¿la Tormentosa se puede salvar?
Las operaciones de salvamento siempre eran asuntos terriblemente arriesgados. Nunca se sabía a qué horrores podría enfrentarse uno en una simple misión para recuperar los preciosos cristales de elevación y el núcleo de una nave derribada. Después de todo, había que arriesgar una nave para intentar recuperar otra, y la tasa de éxito de tales recuperaciones siempre fluctuaba precariamente entre la sostenibilidad y arrojar cristales buenos tras otros en mal estado.
-No soy un experto en salvamento, señor -dijo Grimm-. Pero ahora estamos en guerra con Aurora. No podemos darnos el lujo de ir a lo seguro.
Albion dio unos golpecitos con el pulgar en su escritorio, meditando sobre la declaración.
-¿Señor?
-¿Sí, capitán?
-¿Qué va a pasar con los auroranos?
-Son prisioneros de guerra -dijo Albion-. Me imagino que se les pondrán a trabajar en la base de la Aguja.
Grimm apretó la mandíbula.
-No señor.
-¿No?
-No, señor -dijo Grimm-. He visto ese lugar. Bien podría atarles una soga al cuello y ponerlos sobre bloques de hielo, si quiere que mueran lentamente. Sería más limpio.
-No estoy seguro de por qué eso le preocupa, capitán -dijo Albion.
-Porque se rindieron ante mí -dijo Grimm-. Me dieron su palabra, señor. Podrían haber luchado sin ninguna posibilidad real de victoria, y habría sido una matanza. Pero esa rendición salvó la sangre y la vida de albiones y auroranos por igual. No veré recompensado al capitán Castillo con un trato tan grosero.
-Mmmm -dijo Albion. Asintió con la cabeza hacia el informe y dijo-: Continúe.
-La Victoriosa sufrió bajas moderadas entre su tripulación, con once muertos y cuarenta y un heridos. Sufrió graves daños en el casco y los mástiles, pero se puede reparar en diez días. La Valiente solo sufrió daños leves, sin muertos y con media docena de heridos, y el comodoro Bayard ya la tiene de vuelta en condiciones de lucha.
-¿Y la Depredadora?
-Veintidós hombres muertos, en total -respondió Grimm, con cuidado de pensar sólo en números-. Treinta y tres heridos.
-Perdimos un solo crucero pesado -reflexionó Albion-, y capturamos la Itasca.
-Lo que queda de ella -dijo Grimm.
-En el informe de Bayard -dijo Albion-, señala que la única razón por la que la Itasca pudo ser capturada fue porque usted la atrajo para que persiguiera a la Depredadora.
-Era lo correcto -dijo Grimm.
-Sí -dijo Albion-, y muchos hombres reconocen lo correcto. Pero cuando significa ponerse en peligro, relativamente pocos lo hacen.
Grimm sintió un repentino estallido de rabia en su pecho.
-Rook -dijo.
-Su informe -señaló Albion-, lo acusa de cobardía frente al enemigo.
-Así es -dijo Grimm- Se asustó. Huyó. Si la Gloriosa se hubiera mantenido firme, no habríamos perdido la Tormentosa, y bien podríamos haber tomado la Itasca completa y en funcionamiento.
-Eso dice en su informe -dijo Albion-. El informe del comodoro Rook al Almirantazgo se lee de manera algo distinta. Afirma que el impacto provocó un cortocircuito temporal en los cables de su cristal de elevación y que no pudo mantener la altitud.
-Es un maldito mentiroso -dijo Grimm-. Pregúntele a Bayard.
-Lo hice -dijo Albion-. El comodoro Bayard informa que estaba demasiado lejos del combate y con un ángulo de visibilidad demasiado pobre para ver claramente lo que sucedía y no puede jurar en conciencia la veracidad de ninguno de los dos los informes. Sin su testimonio, me temo que es su palabra contra la del comodoro Rook.
Grimm apretó los dientes. Él era un paria en la Flota. Rook era el favorito de una de las muchas facciones dentro de su estructura de mando.
-¿Le solicitó al capitán Castillo la cortesía de un informe?
Albion echó la cabeza hacia atrás y soltó una breve carcajada.
-Le creo, capitán. Estoy seguro de que el buen capitán respaldaría su informe. Pero me temo que su palabra tampoco tendrá mucho peso en el Almirantazgo de la Flota.
La columna vertebral de Grimm se sentía como hierro rígido revestido de cobre.
-¿Así que se sale con la suya, señor?
-Se sale con la suya -dijo Albion-. Por ahora.
Grimm escuchó sus nudillos estallar cuando apretó su mano en un puño frustrado.
-Sí, señor.
Albion lo miró fijamente por un momento y luego dejó a un lado el informe y juntó las manos en un campanario puntiagudo.
-Entre nosotros -dijo-, ¿cómo evaluaría el desempeño de Albion en esta crisis?
-Fallamos, señor -dijo Grimm.
-¿En qué manera?
-No detuvimos el ataque a Landing. Nuestros enemigos escaparon, después de quemar una colección de conocimiento de valor incalculable. Murieron inocentes. El muelle de Landing fue destruido. Solo hay un punto brillante en todo este lío.
-¿Que sería?
Grimm sacó dos volúmenes idénticos del bolsillo de su abrigo y los dejó sobre el escritorio de Albion.
-Esto es lo que buscaban Cavendish y los auroranos. Tomó una copia y quemó todas las demás que pudo encontrar. Uno de los monjes logró sacar uno del fuego y yo le quité el libro robado antes de la llegada de la Itasca.
Albion puso sus dedos sobre los libros muy, muy lentamente. Los atrajo ambos hacia él y los separó de modo que quedaran uno al lado del otro.
-No mencionó esto en tu informe.
-No, señor. Los auroranos se tomaron muchas molestias para conseguir este libro. Me pareció mejor no mencionarlo en ningún tipo de registro.
Albion asintió lentamente.
-De hecho, capitán. Hizo exactamente lo correcto. -Cogió ambos libros y los guardó en el cajón de su escritorio-. Todo este incidente ha sido extremadamente lamentable.
-Podría haber sido peor -dijo Grimm.
-¿Ah?
—Los gremios criminales de Landing, señor. Si no hubieran intervenido y coordinado los esfuerzos de extinción de incendios y la evacuación, habría muerto mucha más gente. Podríamos haber perdido toda la habble.
-Sí -dijo Albion-. Tuvimos suerte de que reaccionaran tan rápido.
-S í-dijo Grimm-. Fue casi como si alguien les advirtiera de lo que se avecinaba. Señor.
Albion parpadeó una vez, lentamente, y le dedicó a Grimm una mirada suave.
-¿Qué está insinuando, capitán?
-No podía confiar en su propia Guardia -dijo Grimm-. Pero necesitaba a alguien con el personal, la fuerza y ​​la organización para hacer el trabajo, y aunque la motivación de los gremios puede ser desagradable, es absolutamente constante. Dinero.
-Es una teoría muy interesante, capitán Grimm -dijo Albion-. Pero me temo que no es terriblemente creíble. Soy un testaferro del gobierno y poco más. Todos saben eso.
-Oh -dijo Grimm-. Un error por mi parte.
Ninguno de los dos sonrió. Pero Albion inclinó levemente la cabeza hacia Grimm, como un esgrimista reconociendo un toque.
-¿Por qué, señor? -preguntó Grimm-. ¿Por qué querrían ese libro?
-No estoy seguro -dijo Albion-. Supongo que podríamos preguntar.
-Los oficiales y la tripulación de la Itasca no sabrán nada al respecto, más allá de sus órdenes de movimiento y objetivos -dijo Grimm-. Es seguridad militar básica.
-Entonces debemos preguntar a madame Cavendish, supongo. -Albion lo miró-. ¿Podemos atrapar a la Tiburón de Niebla?
-En el momento en que la capitana Ransom regresó a su nave, la habrá conducido hasta la niebla y habrá izado velas -dijo Grimm-. Es una contrabandista. Podría enviar a la mitad de Flota a cazarla, señor, y nunca vería ni su sombra.
-¿Y esa es su opinión profesional? -preguntó Albion, entrecerrando ligeramente los ojos.
-No, señor. Es un hecho.
-Mmmm -dijo Albion-. Bien. Al menos no consiguieron el libro.

* * *

La tormenta golpeaba a la Tiburón de Niebla. Vientos impredecibles azotaban la aeronave de forma aleatoria y violenta, a veces empujándola de un lado a otro, y más a menudo lanzándola violentamente hacia arriba o hacia abajo. Espira estaba echado en el suelo, con el arnés de seguridad atado fuerte y firmemente, con la espalda contra el casco. Sus hombres eran marines auroranos, acostumbrados al mal tiempo en las aeronaves, pero aun así, después de tres días de propulsión impulsada por el viento, más de unos pocos se habían visto obligados a agarrar un balde en el que perder el contenido de sus estómagos.
Espira cerró los ojos y se hundió en el limbo hasta que, una cantidad de tiempo no especificada después, Ciriaco le tocó el hombro y lo despertó.
-Otra vez -dijo el sargento.
Suspiró y se puso de pie. Se desabrochó el arnés de seguridad y comenzó el laborioso proceso de atravesar la Tiburón de Niebla para llegar al camarote de madame Cavendish.
Espira estaba cansado. No tenía ganas de llamar, pero simplemente irrumpir habría sido de mala educación, y quería vivir para ver Aguja Aurora de nuevo. Llamó y, un momento después, Sark abrió la puerta. El gran nacido guerrero parecía más delgado, como un gato medio muerto de hambre, pero estaba de pie y moviéndose de nuevo a pesar de las terribles heridas que había sufrido. Gruñó y se apartó de la puerta cuando entró Espira.
Madame Cavendish parecía asustada. Su cabello estaba revuelto. Tenía las mangas arremangadas y la tinta le manchaba los dedos y salpicaba al azar sus delgados antebrazos. Agarraba con gravedad una pluma, como si los músculos de su mano se hubieran bloqueado desde hacía mucho tiempo por el uso excesivo, y estuviera escribiendo furiosamente en un trozo de papel.
Una pila de varios cientos de trozos de papel más se encontraban en la mesa junto a ella, con los bordes alineados con precisión maníaca, y cada uno de ellos estaba cubierto con su escritura audaz y angular.
Terminó la página en la que estaba, la última, la sopló suavemente para ayudar a secar la tinta, y luego la colocó con cuidado encima de la pila. Se sentó lentamente, sus ojos brillaban y solo después de un momento de silencio reconoció a Espira.
-Mayor -dijo.
-Señora.
-Necesito el uso de algunos de sus hombres. Deben hacerse copias de estas páginas.
Espira frunció el ceño. Tenía la mujer...
-¿Señora? -preguntó Espira-. ¿Ha escrito esto... de memoria?
-¿Por qué cree que llevo aquí sentada escribiendo los últimos tres días? -dijo Cavendish en tono mordaz-. ¿Por qué cree que cedí el libro a la capitana Ransom cuando los albiones nos abordaron?
-Yo... Ya veo -dijo Espira-. Señora, preguntaré cuál de mis hombres sabe leer y escribir, pero debe saber que no son elegidos como marines auroranos por su caligrafía.
-Reconocido -dijo Cavendish-. Debe hacerse.
-Si puedo ser tan audaz -dijo Espira-, ¿puedo preguntar qué había en el libro que era tan importante?
-Nombres, Mayor -dijo Cavendish, sus ojos brillaban con hambrientas chispas fantasmales-. Nombres.

* * *

Folly se sentó gritando y siguió gritando hasta que se dio cuenta de lo incómodo que era. Sus gritos se extinguieron en pequeños gemidos y luego se estremeció y sintió lágrimas en las mejillas.
El maestro Ferus subió a trompicones por la escalera hasta su ático, con su salvaje cabello blanco ondeando, y el rostro preocupado.
-¿Folly?
Intentó hablar, pero su voz salió muy queda.
-De nuevo, maestro. Lo soñé de nuevo.
-Dime -dijo.
Folly se estremeció.
-Soñé con una Aguja, rodeada de oscuridad, con la Muerte entrando a raudales a través de sus paredes. Soñé con miles de naves como cristales que se elevaban de la tierra, y dondequiera que fueran, la gente moría. -Se estremeció y respiró hondo antes de terminar en un susurro-. “Vi caer un Aguja. Colapsarse como si estuviera hecha de arena. Y soñé con la Depredadora en llamas. Ardiendo. Rota. Hombres cayendo de ella como pequeños juguetes...
El recuerdo de sus gritos de pánico hizo que las lágrimas volvieran a brotar de los ojos de Folly. Cuando parpadeó para liberarlas, el maestro la miraba con compasión.
-Maestro -dijo Folly en voz baja-. Estos no son sueños, ¿verdad?
-No -dijo él con voz ronca.
-Es el futuro.
-Sí.
Folly se estremeció.
Él le puso una mano en el hombro y apoyó la frente contra la de ella, con los ojos cerrados. Ella se apoyó contra él, agradecida por su simple proximidad.
-¿Por qué estoy teniendo estos sueños?
-Porque está comenzando.
-¿Qué está comenzando?
-El final -respondió Ferus.
Su tono era pesado, cansado.
-¿Maestro?
-¿Sí, Folly?
-Tengo miedo
-Yo también, niña -dijo el eterealista-. Yo también.

 FIN DEL PRIMER LIBRO

ronubeco

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Re: Los aeronautas, capítulo 69
« Respuesta #2 on: Enero 05, 2021, 08:58:55 pm »
BRAVO, BRAVO!!!!!
Mi destino es no dejarme someter