Autor Tema: Los aeronautas, capítulo 52  (Leído 460 veces)

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Los aeronautas, capítulo 52
« on: Enero 05, 2021, 12:06:52 am »
Capitulo 52
Aguja Albion, Habble Landing, Túneles de ventilación

Extraños chasquidos hicieron que Bridget levantara la cabeza y abriera los ojos.
Ella y Folly habían decidido retomar sus posiciones originales, por si acaso sus captores se fijaban en ellas. Los cordones de cuero estaban enrollados sin apretar alrededor de sus muñecas, aunque Bridget no había podido idear una forma de envolver sus tobillos de una manera similar, una que pudiera quitarse de inmediato, y simplemente tuvieron que conformarse con esconder los pies debajo de sus faldas.
Pasaba el tiempo y no rápidamente. Con cada respiración y latido del corazón, Bridget imaginaba a sus captores, fuera de la vista, decidiendo que este era el momento en que las mataban.
Los sonidos volvieron otra vez. Clics rápidos e irregulares, de algún modo familiares, provinientes del campamento enemigo.
-Me pregunto qué es eso -susurró Folly.
-Algo está pasando -murmuró Bridget en respuesta. Se levantó y caminó tan silenciosamente como pudo hasta la lona que les bloqueaba la vista del túnel exterior. Se acercó a un pequeño espacio en su borde y miró a través de él tan rápido como pudo.
Una sola mirada la congeló de puro terror.
Tejedores de seda.
Docenas y docenas de tejedores de seda adultos, con cuerpos acorazados y coriáceos, y torsos del tamaño de la propia Bridget. Las bestias debían pesar al menos lo que ella, y sin embargo, se movían con la misma gracia extraña y horrible que tenían sus crías. Fluían hacia el interior del campamento aurorano por el suelo, las paredes y el techo de los túneles de ventilación, visibles a la luz de media docena de pequeños cristales lumínicos que evidentemente habían dejado atrás las tropas que partían.
Bridget parpadeó y observó más detenidamente. En todas partes vio sacos de dormir vacíos, mochilas desechadas, restos y basura... y no había auroranos por ninguna parte. Habían abandonado su campamento.
Y ahora los tejedores de seda estaban ocupando su lugar.
Bridget deseó darse la vuelta y correr. Pero se obligó a quedarse quieta. A mirar. A ver. No podía ver gran parte del área, no lo suficiente para obtener una estimación de cuántos auroranos habían estado allí. Los tejedores de seda merodeaban inquietos y no podía estar segura de cuántos eran. ¿Cuarenta o cincuenta, quizás?
Y allí, junto a un petate que había sido cuidadosamente doblado, enrollado y atado, vio su guantelete, su cuchillo... y los cristales lumínicos gastados de Folly, todavía en sus dos bolsitas y su frasco de vidrio.
Bridget dio pasos lentos hacia atrás, permaneciendo tan callada como le fue posible.
Se dio la vuelta para encontrar a Folly mirándola, con la cara pálida, y sus ojos desiguales muy abiertos.
Bridget se agachó junto a Folly y le susurró al oído:
—Los tejedores de seda adultos. Docenas de ellos.
Folly comenzó a temblar, pero asintió con la cabeza una vez.
-No te preocupes -le susurró a su pequeño cristal-. Yo te protegeré.
-Encontré tus cristales -susurró Bridget.
La cabeza de Folly se alzó de golpe, con los ojos muy abiertos. Apretó su pequeño cristal contra los labios.
-Oh -susurró-. Espero que estén bien.
-Están a sólo tres metros de distancia -dijo Bridget-. Mi guantelete también está ahí. Creo que puedo llegar a ellos. Si puedo conseguirte los cristales...
-Sí -interrumpió Folly, asintiendo con la cabeza y con los ojos cerrados-. Sí, eso.
-¿Si puedo? -dijo Bridget-, ¿puedes tú hacer algo para sacarnos de aquí?
Folly se lamió los labios. Luego tomó una respiración lenta y profunda y la dejó escapar. A continuación otra. Y otra. Cuando abrió los ojos, estaban vidriosos, sus pupilas dilatadas enormemente. Volvió la mirada lentamente, de izquierda a derecha, luego se estremeció e inclinó la cabeza.
-No hay corrientes aquí -le susurró a su cristal-. Pero hay otro pasillo bloqueado, a la izquierda. Allí hay un conducto. Podría usar eso.
-¿Cómo de lejos?
Folly negó con la cabeza.
-Cincuenta pies, creo, aunque es una forma tonta de medir. Los pasos serían más prácticos. O zancadas. Sí, zancadas.
Bridget se mordió el labio. Cuarenta o cincuenta tejedores de seda. Tres metros hasta el equipo. Quince metros hasta el otro pasillo.
Nunca lo lograrían sin ser vistas.
Estaba segura de qué en un drama, una heroína habría ideado inmediatamente un plan para sacrificarse audazmente por su compañera. Saldría corriendo al pasillo y arrojaría los cristales a Folly, y luego correría en dirección opuesta, gritando y atrayendo a todos los tejedores de seda tras ella. Lucharía con audacia, pero al final moriría valientemente mientras Folly llevaba una terrible venganza a las criaturas de la superficie, y luego terminaba la misión, llorando a su amiga caída como consecuencia de la misma.
En realidad, las heroínas en los dramas, pensó Bridget, tendrían que tener más sentido común.
Los tejedores de seda no las habían visto todavía o, si habían sentido su presencia, no habían atacado. Si aún no lo habían hecho, es posible que no lo hicieran, al menos por un tiempo. Desde luego, los auroranos no estaban a la vista. Quizás lo más inteligente sería simplemente esperar en silencio. Su mejor esperanza, al parecer, era que Rowl les trajera ayuda. Debían estar preparadas para ayudar en su propio rescate, cuando este llegara.
Después de todo, si los tejedores de seda decidían comérselas, Bridget siempre tenía la opción de acabar con su propia vida en una apuesta desesperada por salvar la de Folly. Pero hasta el momento en que no tuviera otra opción, evitaría ese curso de acción, muchas gracias.
Bridget sintió que sería una heroína dramática terrible.
Y entonces, sobre los sonidos de clic de las patas de los tejedores de seda y el roce de quitina, Bridget oyó voces que hablaban.
Eso provocó otro escalofrío de terror en su espalda.
¿Humanos? ¿Cerca de los tejedores de seda?
Solo había una posibilidad real que se le ocurriera: Debían ser las personas que tenían el control de esas cosas horribles... y eso era algo sobre lo que el Spirearch querría saberlo todo. Su deber como guardia estaba del todo claro: debía hacer todo lo posible por averiguar lo que pudiera de estos individuos.
Oh, Dios.
Bridget tragó saliva y una vez más se acercó silenciosamente hasta el hueco de la partición. Se asomó, moviéndose lo más lentamente posible.
Un hombre y una mujer caminaban hacia ella a través de los tejedores de seda, como si las criaturas no estuvieran más fuera de lugar o fueran más amenazantes que una multitud de escolares jugando afanosamente durante un recreo. Ella iba impecablemente vestida, con un vestido y una chaqueta de tela gris y lavanda, el cabello recogido con una pulcritud impecable en la nuca y lucía un sombrero a juego y guantes blancos. Era una mujer madura de ojos grises vacíos y una especie de belleza severa y de bordes duros. Una piedra escarlata brillaba en su garganta, junto a su piel, en una gargantilla de terciopelo negro.
El hombre que caminaba a su lado era un nacido guerrero, como Benedict. Sin embargo, era más alto y tenía más músculos en su cuerpo largo. El pelo corto, de color marrón opaco salpicado de plata, adornaba su cabeza en una escasa pelusa, igualada lo largo de sus brazos, cuello y cara, y que le daba una apariencia especialmente salvaje. Uno de sus ojos felinos estaba descentrado, y había algo en la forma en que se movía que era simplemente... incorrecto. Benedict no caminaba, más bien se deslizaba con una gracia fluida evidente en cada gesto y movimiento. Este hombre...
Bridget tardó un momento en registrarlo.
Este hombre se movía con la gracia de un tejedor de seda.
-Todavía no veo a qué viene tanto alboroto -dijo el hombre-. Un fuego serviría. Una persona, entrar y salir.
-Subestimas a los seguidores del Camino -dijo la mujer-. También hay nacidos guerreros entre ellos -Sus ojos oscuros brillaron-. Además. Un fuego no es suficiente. Debe enviarse un mensaje.
El hombre gruñó.
-Parece una tontería.
-Nunca los destruiremos mientras permanezcan en el Cielo. Por lo tanto, debemos atraerles fuera.
Bridget parpadeó ante eso.
-Un cebo para el tiburón de bruma -dijo el hombre-. A veces eso no sale como piensas.
-Hay que correr riesgos en la guerra -dijo la mujer con calma. -De hecho...
Su voz se apagó de repente, y sus ojos se desenfocaron, abstraídos, de una manera inquietantemente parecida a la de Folly unos momentos antes. La gema de su garganta parpadeó con una luz escarlata profunda.
-Ah -dijo la mujer, con tono complacido-. Mis centinelas. Están aquí. Tal como esperaba.
El hombre inhaló y estiró los hombros. Sacó una espada corta y ancha, y el guantelete de la otra cobró vida.
-¿Dónde?
-Los grupos se están moviendo hacia ambos túneles -dijo la mujer-. No más de veinte en cada uno. -Movió la mano en un gesto imperioso y una vez más la gema de su garganta parpadeó con un fuego hosco. La reacción de los tejedores de seda fue inmediata. Comenzaron a apresurarse a formar en dos grupos distintos, formando filas apretadas. El primer grupo se amontonó en la boca de un túnel. El otro desapareció de la zona que Bridget podía ver, pero supuso que se habían colocado en la boca de otro túnel.
-¿Quieres a alguno de ellos vivo? -preguntó el hombre.
-Innecesario -respondió ella-. Sark, mata a las prisioneras. Odiaría que el capitán pensara que no cumplí mi palabra.
El hombre, Sark, giró sobre sus talones de inmediato y caminó resueltamente hacia la partición.
Bridget nunca pensó realmente en lo que hizo a continuación. Si lo hubiera hecho, la idea le habría parecido ridículamente aterradora: atravesó la partición que la ocultaba y echó a correr silenciosamente a plena vista, a la vista de un nacido guerrero con un guantelete cebado.
Todo pareció ralentizarse, y Bridget tuvo tiempo de notar, extrañamente, que lo más probable era que Rowl le hubiera salvado la vida de nuevo. Cuando otros niños jugaban al escondite entre ellos, Bridget había estado jugando con Rowl. No se movía con el silencio absoluto de un gato, pero no podía pensar en ningún otro ser humano que pudiera hacerlo mejor que ella.
Si hubiera hecho el más leve sonido antes de moverse, el más suave roce de una bota contra la piedra, el menor descuidado susurro de tela, los sentidos de nacido guerrero de Sark habrían señalado su ubicación exacta. El hombre bien podría haber sido capaz de apuntar hacia ella incluso estando oculta por la partición. Pero ella no había cometido ningún error. Rowl habría dicho que se había comportado con una competencia aceptable. Sark fue tomado completamente por sorpresa.
No ganó más que uno o dos latidos de corazón... tiempo suficiente para alcanzar la pequeña pila de equipamiento. Entonces los reflejos del hombre se hicieron cargo, y levantó su guantelete, apuntando hacia ella entre la V formada por sus dedos separados.
Había llegado el momento de que Bridget tomara el frasco de cristal con cristales y se lo arrojara a Folly.
Se giró a un lado y se tiró al suelo, solo para ver a Sark seguir tranquilamente su movimiento, en lugar de disparar apresuradamente. Alineó su tiro, ni apresurado ni lento, y el cristal contra su palma se iluminó.
Bridget no enfrentó su muerte con valentía. Gritó de puro terror, levantando una mano.
El guantelete brilló.
Una diminuta estrella se interpuso en el camino del rayo etérico, lo interceptó y envió el disparo en la curva de un amplio arco que rodeó a Bridget por completo.
Bridget observó con desconcierto, atónita por la lentitud con que todo parecía suceder. El rayo la envolvió y se estrelló contra el suelo más allá de la partición... directamente entre la dispersión de vidrios rotos y cristales de lumínicos sueltos que marcaban dónde el lanzamiento de Bridget no había alcanzado a Folly.
La fuerza de la explosión no dispersó los cristales, como el sentido común de Bridget le dijo que tendría que haber hecho. En su lugar, pareció dispersarse, extendiéndose como una ola. Donde la ola los alcanzaba, los pequeños cristales estallaron con una luz ardiente y furiosa.
Y de repente, de repente se elevaron en el aire en una nube de motas brillantes.
Folly apareció entre ellos, avanzando a grandes zancadas, con destellos de luz bailando a lo largo de su cabello a rayas color caramelo, y sus ojos desiguales ardiendo.
Sark lanzó varias explosiones más, todas las cuales se dispersaron en los cristales, haciéndolos brillar con una luz aún más brillante.
La voz de Folly sonó fría y dura.
-No nos gusta cuando la gente intenta herir a nuestros amigos.
Y toda la nube de cristales voló hacia Sark como balas disparadas por un arma.
Sark se dejó caer sobre una rodilla, alzando ambos brazos por encima de su cabeza. La nube de cristales brillantes rasgó su carne con un repugnante sonido ondulante. Un fino chorro de sangre brotó de innumerables heridas. Los cristales se alojaron en él como cientos de pequeños dardos, brillando donde brotaban de su piel.
Un tembloroso gemido escapó del nacido guerrero.
Y entonces se puso de pie y bajó los brazos. Ardían con luz escarlata mientras gotas de sangre cubrían los cristales. Le sobresalían de los brazos, el vientre, una espinilla, un muslo. Sangraba y resplandecía con el poder que la aprendiz del eterealista había desatado sobre él.
Sus horribles rasgos no mostraban ni rastro de dolor o miedo. Flexionó la mano y la luz del cristal del guantelete se apagó.
-¿De verdad? -preguntó la mujer, con algo parecido a una risa burbujeando en la palabra. Bridget alzó la mirada para comprobar que lo estaba observando todo con lo que parecía ser una gran diversión mientras hablaba con Folly-. ¿Cuántos años llevas siendo su aprendiz? ¿Y solo te ha enseñado transferencia y cinética? -Miró a Sark un momento, luego volvió a mirar a Folly-. Dime que ese no es todo el alcance de tu habilidad.
Folly estudió a la mujer. Abrió la boca y volvió a cerrarla. La sangre desapareció de su rostro.
La mujer se inclinó y cogió las bolsitas de cristales luminosos que Bridget no había tenido tiempo de arrojar. Se los lanzó a Folly. Las bolsas aterrizaron a sus pies y estallaron, los cristales se dispersaron.
-No es de buena educación que las compañeras se maten unas a otras sin presentación -dijo la mujer-. Y aunque no eres mi igual, tienes talento. -Inclinó la cabeza-. Mi nombre es Sycorax Cavendish. Como tú, una vez fui aprendiz del maestro eterealista Efferus Effrenus Ferus. Y luego me traicionó. -Sonrió y flexionó los dedos-. ¿Y tú eres?
Folly tragó saliva. Observó los pequeños cristales, moviendo los dedos, como si tuviera que contenerse para no agacharse a recogerlos. Luego hizo una rápida reverencia, con los ojos fijos en los cristales y dijo:
-Mi nombre es Folly, señora.
Cavendish estalló en una risa alegre.
-Significa locura, ¿verdad? ¿Te dio él ese nombre?
-Y mucho más que eso -dijo Folly. Entonces sus ojos se abrieron y miró hacia arriba-. Oh. Eres tú. Eres el mosquito al que atrapé.
Cavendish pareció algo desconcertada por el comentario y arqueó una ceja.
-¿Perdona?
-Estabas zumbando y zumbando, así que construí una red para atraparte. No era una red muy bonita, pero la hice yo misma. -Folly inclinó la cabeza-. Tú... estabas recibiendo órdenes.  -Se mordió el labio un momento-. Ahora tienes un nuevo maestro. ¿No?
Los ojos de Cavendish se entrecerraron.
-No hay nada malo en su mente, supongo, señorita Folly. -Sus dientes asomaron-. Todavía. ¿Debo mostrarte qué aspecto tiene el auténtico poder?
-Yo no hablo con títeres -dijo Folly-. No pueden responder. No en realidad. Simplemente bailan en sus cuerdas.
Los ojos de Cavendish brillaron.
-Sark -dijo-. Mata a la otra.
Sark giró hacia Bridget y comenzó a avanzar, espada en mano.
Cavendish señaló a Folly con un dedo.
Los ojos de Folly se abrieron de par en par, y una pura agonía fluyó de su boca en un grito que pareció haber sido arrancado de sus entrañas y desgarró su garganta.
Bridget se puso de pie, aunque de nada le valdría contra un nacido guerrero armado.
Y a continuación sintió un horrible golpe contra su cuerpo, y con un rugido de sonido y humo, el mundo entero salió volando de lado.