Autor Tema: Los aeronautas, capítulo 46  (Leído 633 veces)

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Los aeronautas, capítulo 46
« on: Enero 03, 2021, 01:16:51 pm »
Capítulo 46 
Aguja Albion, muelles de Habble Landing, AMS Depredadora
 
Grimm, por regla general, no creía en la extravagancia. Aunque dicho esto, tenía una tetera bastante elegante.
El dispositivo había sido diseñado específicamente para su uso a bordo de aeronaves, y se conectaba al sistema eléctrico de una nave con dos delgadas puntas de cobre. La electricidad fluía hacia un serpentín sobre el que descansaba la tetera de cobre, y calentaba el agua del interior a la temperatura ideal en menos de un minuto, apagándose inmediatamente cuando el agua se calentaba perfectamente. Como era el modelo de lujo, incluso tenía un dial en el costado para ajustar la altitud para asegurarse de que la olla se calentara exactamente a la temperatura correcta en todo momento.
Grimm calentó el agua, luego agregó las hojas y las dejó reposar un rato. Luego llevó el té a la mesita de su camarote alrededor de la cual estaban sentados el maestro Ferus y la señora Cavendish.
-Oh, ¿ese es el modelo Fedori, de la Aguja Jereezi? -preguntó Cavendish, levantando la vista con interés- Había considerado adquirir uno para cuando esté de viaje, pero muy pocas aeronaves tienen sus camarotes de pasajeros preparados para la electricidad.
-Me temo que es uno de mis caprichos -dijo Grimm- No me importa perderme las comidas, cuando es necesario, pero simplemente no puedo prescindir de una buena taza de té por la tarde.
-Al menos usted y yo podemos estar de acuerdo en eso, capitán -dijo Cavendish con firmeza.
-¿Si quisiera hacer los honores, maestro Ferus? -dijo Grimm.
-Por supuesto -dijo Ferus. Sirvió el té con expresión neutra.
-Me temo que tengo crema no del todo fresca -dijo Grimm- ¿Pero creo que dijo que lo prefiere con miel, madame?
-Por favor -dijo Cavendish, tendiéndole su taza a Grimm.
Echó lo que era casi lo último que quedaba de su bastante cara miel del cuenco de cerámica en la taza a juego sobre su platillo. 
-¿Maestro Ferus?
-Azúcar, por favor -dijo Ferus con calma.
Grimm le sirvió, agregó un poco de ambos a su propio té y lo dejó reposando en su platillo para que se enfriara un poco, al igual que sus invitados.
-Debo decir -dijo Madame Cavendish-, que dadas las innovaciones realizadas en los dispositivos de las aeronaves para mejorar la calidad de vida, parece que existe un gran potencial en los productos eléctricos, como su fina tetera, que también podría ampliarse al estilo de vida de los habitantes de la Aguja.
-En un mundo más amable, tal vez, madame -dijo Grimm.
-¿Oh?
-Los cristales de poder son recursos valiosos -dijo Grimm-. Dada la cantidad de tiempo que se requiere para producirlos, casi siempre están programados para su uso a bordo de aeronaves, y la expansión de la armada de cada Aguja, en el turbulento mundo actual, es una prioridad absoluta.
Los ojos de Cavendish brillaron con una diversión que apenas parecía coincidir con el tema. 
-Para desgracia de los ciudadanos pobres de la Aguja, a quienes las aeronaves están destinadas a servir y proteger, supongo.
-Necesidad y supervivencia, madame Cavendish, las necesidades deben tener prioridad sobre la conveniencia.
-A excepción de los capitanes de aeronaves, al parecer -dijo Cavendish-.  Considere la Compañía Fedori. Piense en lo rápido que crecerían sus tiendas si pudieran satisfacer la demanda de un mercado tan grande. ¿Y quién sabe qué otros productos podrían estar disponibles? Suministrar a la ciudadanía de Agujas podría marcar el comienzo de una nueva era de paz y prosperidad.
-Bien dicho, Cora, -murmuró el maestro Ferus-. Casi me creo lo que acabas de decir.
Cavendish levantó la nariz y aspiró levemente. 
-Siempre has esperado lo peor de mí, Efferus.
-Y rara vez me has decepcionado -respondió Ferus.
-Su idea parece muy sólida -dijo Grimm suavemente-, en teoría. Pero me temo que sufriría una vez expuesta a las duras realidades de la vida.
Cavendish miró fijamente al maestro Ferus. 
-Un punto válido, capitán. Pasa con muchas teorías..
El maestro Ferus no se inmutó ante las palabras de la mujer, pero Grimm sintió el lento y prolongado dolor en el rostro del eterealista. El anciano miró a Cavendish y dijo con dulzura:
-No tiene por qué ser así entre nosotros, ¿sabes? El futuro tiene muchas ramas.
-No, Efferus -dijo madame Cavendish.
Grimm se sorprendió por el ácido que la mujer logró imbuir en esas dos palabras. Goteaba hasta tal punto que casi comprobó el suelo bajo de la silla de la mujer en busca de daños.
El maestro Ferus suspiró y asintió. 
-Entonces, supongo que nunca aprendiste a Ver.
-Quizás tuve un mal profesor -respondió ella con calma-. Pero con el tiempo aprendí a crear el futuro que deseaba.
-Oh, Cora -dijo Ferus-. ¿Eso lo que crees que es? ¿Creación?
-Construir un mundo nuevo nunca es fácil, viejo amigo -respondió. Una pequeña sonrisa tocó las comisuras de su boca-. ¿Qué diversión habría si fuera fácil?
Como leal hijo de Albion, Grimm sabía más o menos a segundo cuándo su té estaría lo bastante frío para beberlo. Estiró la mano hacia su taza y los otros dos se movieron para hacer lo mismo exactamente al mismo tiempo. Todos sorbieron.
Cavendish cerró los ojos con placer un momento antes de abrirlos. 
-A los negocios, entonces, ¿de acuerdo?
-Por supuesto -dijo el maestro Ferus-. ¿Dónde propones comenzar las negociaciones?
Cavendish enarcó una ceja.
-Oh, Efferus. Temo que me malinterpretas. No estoy aquí para negociar.
-Entonces, si puedo ser tan atrevido como para preguntar...¿por qué ha venido, madame? -preguntó Grimm.
Cavendish tomó otro sorbo de té. 
-Esto es una hoja de Dubain, ¿no?
-Tiene un paladar excelente -respondió Grimm-. Mi pregunta sigue en pie.
-Estoy aquí por la colección de Efferus.
El anciano se quedó rígido en su asiento. Lo disimuló con otro sorbo de té, lo tragó y preguntó en un tono suave:
-¿Y por qué, exactamente, cree que le permitiría llevársela?
Cavendish sonrió afablemente. 
-Porque si no lo hace, las dos encantadoras jóvenes de su grupo ya habrán consumido su última comida.
Ferus miró fijamente su té un instante. Luego dijo:
-Si te la doy, ¿las liberarás?
-Disculpe -dijo Cavendish a Grimm-. Me temo que Efferus está sufriendo las primeras etapas de senilidad, como ya le expliqué esto no es una negociación. -Se giró hacia el anciano y habló con tono lento y mesurado-. Las tengo. Puedo destruirlas con un pensamiento. Si no me entregas tu colección, de inmediato y sin protestar, lo haré.
-¿Y luego? -preguntó Ferus con voz ronca.
-Y luego, si valoras sus vidas, yo seguiré haciendo exactamente lo que me plazca sin más interferencias por tu parte. Incluso puede que las libere cuando mi negocio esté concluido.
-Te conozco, Cora -dijo Ferus-. Ofreces pocas esperanzas de que sobrevivan.
Sus ojos se endurecieron hasta que parecieron trozos de vidrio. 
-No, Efferus. Todo lo que te ofrezco es la absoluta certeza de sus muertes.
El anciano inclinó la cabeza y no habló.
Cavendish se echó ligeramente hacia atrás en su asiento, con expresión complacida. 
-No tienes que hacerlo, por supuesto. Ninguna de las muchachas tiene valor a largo plazo para tu campaña. Todo lo que tienes que hacer es hacerte a ti mismo una simple pregunta, Efferus.
-¿Oh? -dijo el anciano-. ¿Y cuál sería?
-¿Podrás vivir habiendo sacrificado a dos aprendizas en una vida?
Esta vez el anciano se estremeció, como si le hubieran dado una bofetada.
Grimm murmuró,
-Disculpe -y se levantó con la tetera, para llevarla de vuelta a su placa calefactora. Sacó el portahojas de malla de la tetera, echó agua de una jarra para limpiarlo y luego limpió el recipiente. Volvió a dejar la tetera y apoyó la mano en el armario, fuera de la vista de los que estaban sentados a la mesa.
-Ah, el modo de pensar de un soldado -dijo Cavendish.
Grimm la miró. Ella nunca había apartado los ojos del Maestro Ferus.
-Capitán -dijo Cavendish-, puede sacar esa pistola si quiero, pero deseará estar muerto antes de poder apuntarme o apretar el gatillo.
-Usted es una enemiga de la Aguja Albion, madame, y aliada activa de sus enemigos. Doy por supuesto que fue usted quien guió a los destructores auroranos en su ataque a los muelles.
Cavendish inclinó la cabeza, su expresión era agradable, aunque sus ojos no se apartaban de Ferus. 
-Esto es obra de esa araña apostada en la cima de la Aguja, ¿no? Siempre tuvo habilidad para elegir agentes capaces. Me sorprende que se haya atrevido a involucrarse.
-Qué poco conoces a Addison, Cora -dijo el maestro Ferus en voz baja.
El mango de la pistola oculta de Grimm estaba frío bajo sus dedos. Había querido tenerla listo por si Calliope se volviera contra él, si no inesperadamente, al menos de repente. Solo un tonto se molestaría en atacar a un eterealista con un guantelete. El servicio más simple, a veces traicionero, ofrecido por un arma de fuego era la mejor arma disponible para tal tarea. 
-Estoy seguro de que alguien tan inteligente como usted puede comprender mi dilema, madame.
-Sí -dijo Cavendish, con tono seco-. No es usted lo bastante astuto para comprender la situación. ¿O cree honestamente que habría abordado su barco sin tomar las precauciones necesarias?
-Si fuera usted tan amable, elabórelo -dijo Grimm.
-Si no parezco ilesa y salgo de esta embarcación en el próximo cuarto de hora, los observadores apostados cerca alertarán a mis aliados, y esas dos muchachas morirán horriblemente.
Grimm estudió a Cavendish con calma, sopesando sus opciones.
La mujer era claramente peligrosa y capaz. El maestro Ferus parecía extremadamente cauteloso con ella. Grimm no tenía ninguna duda de que ordenaría la ejecución de la señorita Tagwynn y la señorita Folly sin más inversión emocional de la que mostraría al pedir otra taza de té. También parecía inteligente. Podía creer fácilmente que había tomado precauciones para evitar algún tipo de agresión.
Y aún así...
Tenía poca paciencia para alguien que antepondría cruelmente unas jóvenes vidas contra sus ambiciones. Ella no estaba ni a dos metros de él. En el espacio de un latido del corazón podía sacar la pistola y disparar, luego ordenar inmediatamente a sus hombres que barrieran los muelles y atraparan a los ojos y oídos de Cavendish antes de que pudieran informar a los auroranos. Se podía extraer información del observador y organizar una operación de rescate para las jóvenes.
Parecía poco probable que semejante curso de acción tuviera éxito frente a su enemigo... pero a juzgar por la reacción de Ferus hacia Cavendish, debía pensar que sería al menos tan probable salvar a las jóvenes como dejarlas a merced de la tierna misericordia de madame Cavendish.
Podría estar diciendo la verdad sobre su capacidad para detenerlo. Los eterealistas podían lograr hazañas que asombrarían a la mayoría de los hombres. Pero no tenía ninguna prueba de ello. ¿No tenía obligación de al menos intentar acabar con este enemigo de su Aguja?
Entrecerró los ojos. Además. Nadie le daba órdenes a bordo de su propio barco.
Su mano se posó en la empuñadura de la pistola y comenzó el giro que la sacaría de su funda oculta y la dejaría al descubierto.
-Espere, Capitán -dijo el maestro Ferus, con voz repentinamente aguda-. No dispare.
Ferus tampoco lo había mirado. Grimm se sintió algo molesto por eso. Eterealistas o no, esta gente deberían al menos mirarlo de reojo para saber qué estaba haciendo.
-Dice la verdad -continuó Ferus, con voz muy tranquila-.  No podrá usted disparar, y estará peor que muerto si lo intenta.
La boca de Cavendish se abrió en una repentina y amplia sonrisa.
Ferus negó con la cabeza. 
-Me pregunto, capitán, si sería tan amable de hacer que el par de carretas de mi camarote fueran llevadas a la cubierta para Madame Cavendish.
-¿Señor? -preguntó Grimm.
-Creo que el Spirearch le ordenó que apoyara mi misión, señor -dijo Ferus en voz baja- ¿No es así?
Grimm exhaló lentamente. Luego soltó la empuñadura de la pistola y bajó la mano. 
-Así es.
-Qué civilizados somos -dijo Cavendish. Dejó el platillo y la taza de té y se levantó, cruzando las manos frente a ella-. Tengo porteadores esperando para hacerse cargo de las carretas, Efferus.
El Maestro Ferus se levantó con ella y asintió brevemente. 
-Que se haga. -Esperó hasta que ella se giró hacia la puerta antes de decir en voz baja-: Sycorax.
Madame Cavendish hizo una pausa y lo miró.
-Si algo les pasa a esas chicas, el mundo no será lo bastante grande como para que te escondas de mí.
Ella levantó la barbilla, su expresión era fría. 
-No soy yo la que ha vivido escondido, viejo.
Ferus apretó los dientes. Luego miró a Grimm y asintió.
Grimm escoltó a Cavendish desde el camarota hasta la cubierta, y lo hizo en poco tiempo. Los dos pequeños carromatos, llenos de objetos aparentemente aleatorios, rodaron por la pasarela tras un par de porteadores contratados de una de las empresas locales de Habble Landing.
Cavendish los observó marchar, sonriendo, y se enderezó los puños de las mangas. 
-Capitán Grimm –murmuró-. Hágase un favor. Viva un poco más. Permanezca en su nave. No intente seguirme.
-Haré lo que sea necesario, señora -dijo Grimm. Se inclinó cortésmente y aceptó un asentimiento bastante pensativo en respuesta. Luego ella bajó por la pasarela y se fue.
En el momento en que se perdió de vista, Grimm giró sobre un talón y regresó a su camarote.
-Maestro Ferus, partiremos con el grupo de desembarco inme....
Interrumpió de repente su discurso. El viejo eterealista yacía en el suelo acurrucado en una bola fetal, aferrándose el estómago. Se mecía como en agonía, derramando lágrimas silenciosas.
-No puedo –dijo-. No puedo. Eso no, capitán Grimm, no soy capaz de hacerlo.
Grimm se acercó al anciano y se arrodilló junto a él. 
-Maestro Ferus. ¿puedes oírme?
-No puedo y no importa -dijo Ferus, su voz se retorcía como si estuviera siendo aplastado bajo un peso brutal-. No estaré, no por, oh, necesito trece agujas y una bola de cera. Alfileres de sombrero, un trozo de tiza verde y dos pantuflas izquierdas.
Grimm parpadeó varias veces más. La colección del anciano. ¿Era eso de lo que estaba balbuceando? ¿Por qué?
Obviamente, pensó Grimm, por la misma razón por la que Cavendish había insistido en que la entregara: debía ser una especie de tótem o fetiche para el anciano. Estaba roto y necesitaba la colección para que esta la ayudara a funcionar, al igual que Folly necesitaba su frasco de cristales para comunicarse... y al igual que Madame Cavendish parecía obsesionada con la observación de la cortesía. Esa locura parecía seguir a todos los eterealistas que había conocido. El poder, al parecer, no venía sin un precio.
-Folly siempre me las conseguía. Las conseguía perfectas, siempre. Ahora ella está en la oscuridad y es culpa mía por enviarla allí. -Los ojos del anciano se volvieron hacia Grimm, despejándose durante un segundo-. Debe encontrarla. Usted debe salvarla.
-Lo haré -dijo Grimm-. Por supuesto que lo haré.
Ferus se aferró a él. El hombre parecía veinte años mayor. Le temblaban las manos. 
-Prométamelo, Capitán.
Grimm tomó las manos del anciano entre las suyas y las apretó. 
-Por todo lo que esté en mi poder. Lo juro.
Ferus asintió una vez y luego su rostro se contrajo en una nueva agonía y cerró los ojos con fuerza, murmurando para sí mismo entre dientes a un ritmo frenético.
Grimm sacudió la cabeza, puso su brazo sano debajo del anciano y lo arrastró hasta su litera. Se enderezó lentamente tras la tarea.
Quería cumplir lo que le había dicho a Ferus... pero todo lo que estaba en su poder valía poco si no sabía dónde aplicarlo. El plan se había basado en la guía de Ferus para localizar al Enemigo. ¿Cómo iba a localizar al Enemigo, señalar dónde estaban retenidas las jóvenes y rescatarlas, todo sin ser visto por ese enemigo?
Atenuó los cristales lumínicos de su camarote y se marchó en silencio, dejando a Ferus con su febril murmullo. El Enemigo estaba aquí, en Landing, pero no sabía dónde. No tramaban nada bueno, aunque no sabía cuáles podrían ser sus planes o dónde podían atacar. Había heredado una montaña de ignorancia cuando el anciano había quedado incapacitado, y si actuaba sin conocimiento, las vidas de esas dos jóvenes podían perderse.
La señorita Tagwynn, supuso, era un soldado al servicio del Spirearch. Sacrificarla por el bien de la Aguja podría ser una necesidad desagradable e inevitable. La aprendiz de eterealista era una civil, pero ella también estaba profundamente involucrada en este asunto y al servicio del Spirearch. Sin embargo, no podía desperdiciar sus vidas excepto como último recurso.
Las manos de Grimm se cerraron en puños impotentes.
¿Qué iba a hacer?
Kettle recorrió la cubierta a grandes zancadas y lanzó un rápido saludo. 
-Capi –dijo- Hay un gato aquí. La maldita criatura subió corriendo a la cubierta.
La mirada de Grimm se volvió hacia el piloto. 
-Muéstremelo.
 

ronubeco

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Re: Los aeronautas, capítulo 46
« Respuesta #1 on: Enero 04, 2021, 03:36:43 pm »
Que tía, que mal cae.
Mi destino es no dejarme someter

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Re: Los aeronautas, capítulo 46
« Respuesta #2 on: Enero 05, 2021, 09:14:38 am »
Los eterealistas en general son todo un misterio.
Todo me lleva a pensar que esta parte de la trama no está aún del todo desarrollada y que el autor ya tiene pensado mucho más para sorprendernos.

ronubeco

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Re: Los aeronautas, capítulo 46
« Respuesta #3 on: Enero 05, 2021, 03:22:57 pm »
Ya puede ir escribiendo.