Eso también los alejó de las secciones pobladas de Nueva Elantris. Matisse tenía la esperanza de tropezarse con alguien que pudiera ayudar mientras se movían. Desafortunadamente, los que no estaban practicando Aones, estaban con su padre, practicando con las armas. Los únicos edificios ocupados habían sido los que Ashe había señalado que estaban siendo atacados. Sus ocupantes...
No pienses en eso, pensó Matisse mientras su harapienta banda de cincuenta niños alcanzaba los límites de Nueva Elantris. Casi eran libres. Podrían…
De repente una voz gritó tras ellos, hablando en una lengua áspera que Matisse no entendía. Matisse se giró, mirando sobre las cabezas de los niños asustados. El centro de Nueva Ellantris relucía ligeramente. Un fuego.
Estaba ardiendo.
Allí, enmarcado por las llamas de muerte había un grupo de tres hombres con uniformes rojos. Llevaban espadas.
Seguro que no matarán a los niños, pensó Matisse, cuya mano temblaba al sostener la linterna.
Entonces vio el brillo en los ojos de los soldados. Una mirada peligrosa y sombría. Avanzaron sobre el grupo. Sí, matarían niños. Niños elantrinos, al menos.
-Corred -dijo Matisse, con voz temblorosa. Aunque, sabía que los niños nunca podrían moverse más rápido que esos hombres-. ¡Corred! Vamos y...
De repente, como salida de ninguna parte, una bola de luz atravesó el cielo. Ashe se movía entre los hombres, girando sobre sus cabezas, distrayéndolos. Los hombres maldijeron, ondearon las espadas con furia, levantando la vista hacia el Seon.
Por lo que se perdieron por completo cuando Dashe cargó sobre ellos.
Les atacó por el costado, saliendo de un callejón sombrío de Nueva Elantris. Derribó a uno, con un destello de espadas, luego giró hacia los otros dos mientras estos maldecían, alejándose del Seon.
-¡Tenemos que irnos! ¡Moveos! -urgió de nuevo, haciendo que Idotris y los demás siguieran adelante. Los niños se alejaron de la lucha, moviéndose en la noche, siguiendo la luz de Idotris. Matisse se quedó atrás, girándose preocupada hacia su padre.
No le estaba yendo bien. Era un excelente guerrero, pero a los soldados se les habían unidos otros dos hombres, y el cuerpo de Dashe estaba debilitado al ser un elantrino. Matisse se quedó de pie, sujetando su linterna con dedos temblorosos, sin saber qué hacer. Los niños lloriqueaban en la oscuridad tras ella, su retirada era dolorosamente lenta. Dahse luchaba con bravura, su espada oxidada había sido reemplazada por la que Sarene le había enviado. Bloqueaba hoja tras hoja, pero le estaban rodeando.
¡Tengo que hacer algo!, pensó Matisse, dando un paso adelante. En ese momento, Dashe se giró, y pudo ver los cortes en su cara y cuerpo. La mirada de miedo que vio en sus ojos la dejó congelada.
-Vete -le susurró él, sin voz, moviendo los labios-. ¡Huye!
Uno de los soldados atravesó el pecho de Dashe con su espada.
-¡No! -gritó Matisse. Pero eso sólo atrajo la atención mientras Dashe se derrumbaba, temblando en el suelo. El dolor se había vuelto demasiado para él.
Los soldados la miraron, luego empezaron a avanzar. Dashe se había encargado de varios, pero aún quedaban tres.
Matisse se sentía entumecida.
-¡Por favor, mi señora! -dijo Ashe, flotando hasta ella, revoloteando con urgencia-. ¡Debes huir!
Padre está muerto. No, peor... es un hoed. Matisse sacudió la cabeza, obligándose a permanecer alerta. Como mendiga había visto la tragedia. Podía superarlo. Tenía que hacerlo.
Estos hombres encontrarían a los niños. Los niños eran demasiado lentos. A menos... levantó la mirada hacia el Seon que había a su lado, notando el brillante Aon en su centro. Eso significaba luz.
-Ashe -dijo con urgencia mientras los soldados se aproximaban-. Encuentro a Idotris, está delante. ¡Dile que apague su linterna, luego condúcele a él y a los otros a algún lugar seguro!
-¿Algún lugar seguro? -dijo Ashe-. No sé si hay algún lugar seguro.
-Esa biblioteca de la que hablaste -dijo Matisse, pensando con rapidez-. ¿Dónde está?
-Directamente al norte de aquí, mi señora -dijo Ashe-. En una cámara oculta bajo un edificio agazapado. Está marcado por el Aon Rao.
-Galladon y Karata estarán allí -dijo Matisse-. Llévales a los niños... Karata sabrá que hacer.
-Sí -dijo Ashe-. Sí, eso suena bien.
-No olvides lo de la linterna -dijo Matisse mientras él se marchaba volando. Se giró para enfrentarse a los soldados que avanzaban. Luego, con un dedo tembloroso, alzó una mano y empezó a dibujar.
La luz atravesó el aire, siguiendo a su dedo en el aire. Se obligó a permanecer firme, completando el Aon a pesar de su miedo. Los soldados hicieron una pausa mientras la observaban, luego uno de ellos dijo algo en un lenguaje gutural que asumió era Fjordell. Continuaron avanzando hacia ella.
Matisse terminó el Aon... Aon Ashe, el mismo del interior de su amigo Seon. Pero, por supuesto, el Aon no hizo nada. Sólo se quedó ahí colgado, como siempre hacían los Aones. Los soldados se acercaron despreocupados, atravesándolo directamente.
Este tiene que funcionar mejor, pensó Matisse, luego puso el dedo en el lugar que Galladon había descrito y dibujó la línea final.
Inmediatamente, el Aon... Aon Ashe... empezó a brillar con una luz poderosa que estaba justo delante de las caras de los soldados. Gritaron cuando el súbito destello les cegó, maldijeron, tambaleándose hacia atrás. Matisse estiró el brazo hacia abajo para agarrar su linterna y corrió.
Los soldados gritaron tras ella, luego empezaron a seguirla. Y, como los niños antes, fueron hacia la luz... su luz. Idotris y los demás no estaban lejos... podía ver sus sombras todavía moviéndose en la noche... pero los soldados estaban demasiado cegados para notar los débiles movimientos, e Idotris había apagado su luz. La única cosa en la que los soldados se concentraron fue su linterna.
Matisse les condujo lejos, en la noche oscura, llevando su linterna con dedos aterrados. Podía oírles persiguiéndola mientras entraba en la propia Elantris. La mugre y la oscuridad reemplazando los adoquines limpios de Nueva Elantris, y Matisse tuvo que dejar de moverse tan rápido, no sea que resbalara y tropezara.
Se apresuró de todos modos, rodeando esquinas, intentando mantenerse por delante de sus perseguidores. Se sentía tan débil. Correr era difícil para un elantrino. No tenía la fuerza para ir muy rápido. En realidad, estaba empezando a sentir una poderosa fatiga en su interior. No podía oír más persecución. Tal vez...
Giró una esquina y tropezó con un par de soldados de pie en la noche. Se detuvo sorprendida, mirando a los hombres, reconociéndolos de antes.
Son soldados entrenados, pensó. ¡Por supuesto que saben cómo rodear a un enemigo y cortarle el paso! Se giró para correr, pero uno de los hombres le agarró el brazo, riendo y diciendo algo en Fjordell.
Matisse gritó, dejando caer la linterna. El soldado se tambaleó, pero la sujetó con firmeza.
¡Piensa!, se dijo Matisse a sí misma. Sólo tienes un momento. Su pie resbaló en la mugre. Hizo una pausa, luego se dejó caer, pateando la pierna de su captor.
Contaba con una cosa: ella había vivido en Elantris. Sabía cómo moverse entre el barro y la mugre. Los soldados, sin embargo, no. Su patada acertó, y el soldado resbaló inmediatamente, tropezando con su compañero y cayendo hacia atrás sobre el empedrado resbaladizo mientras soltaba a Matisse.
Ella se puso en pie, su ropa de brillantes colores ahora manchada con la mugre de Elantris. Su pierna emitía una llamarada de dolor... se había torcido el tobillo. Había sido tan cuidadosa en el pasado para evitar dolores mayores, pero este era más fuerte que nada que hubiera sentido antes, más fuerte que el corte en su mejilla. Le ardía la pierna con un dolor que apenas podía soportar, y no menguaba... seguía igual de fuerte. La herida de un elantriano nunca sanaba.
Aún así, se obligó a moverse cojeando. Se movía sin pensar, sólo deseando alejarse de los soldados. Los oyó maldecir, ponerse en pie con torpeza. Siguió moviéndose, saltando ligeramente. No comprendió que estaba andando en círculos hasta que vio el brillo de la hoguera de Nueva Elantris delante de ella. Estaba de vuelta donde había empezado.
Hizo una pausa. Allí estaba, Dashe, tendido en el empedrado. Se apresuró hacia él, sin preocuparle ya la persecución. Su padre yacía con la espada todavía empalándose, y podía oírle susurrar.
-Corre, Matisse. Ponte a salvo... -El mantra de un hoed.
Matisse cayó de rodillas. Había puesto a salvo a los niños. Eso era suficiente. Se oyó un ruido tras ella, y se giró para ver a un soldado aproximándose. Su compañero debía haber ido en otra dirección. Aún así, este hombre estaba manchado de barro, y le reconoció. Era al que había pateado.
¡Me duele tanto la pierna!, pensó. Se giró, abrazando el cuerpo inmóvil de Dashe, demasiado cansada... y demasiado dolorida... para moverse mucho más.
El soldado la agarró del hombro y la apartó del cadáver de su padre. Le dio la vuelta, la acción provocó otros dolores en sus brazos.
-Dime -dijo con un acento grueso-. Dime adónde fueron los otros niños.
Matisse luchó en vano.
-¡No lo sé! -dijo. Pero lo sabía. Ashe se lo había dicho. ¿Por qué le pregunté donde estaba la biblioteca?, pensó, recriminándose a sí misma. ¡Si no lo sabía, no podía entregarles!
-Dime -dijo el hombre, sujetándola con una mano, buscando con la otra su cuchillo-. Dime, o te haré daño. Mucho.
Matisse luchó inútilmente. Si sus ojos elantrinos hubieran podido formar lágrimas, habría estado llorando. Como para probar su argumento, el soldado sostuvo el cuchillo en alto ante ella. Matisse nunca había sentido tanto terror en su vida.
Y fue entonces cuando la tierra empezó a temblar.
El horizonte había empezado a brillar con la luz del amanecer, pero esa luz se vio ensombrecida por un repentino estallido de luz alrededor del perímetro de la ciudad. El soldado se detuvo, levantando la vista al cielo.
De repente, Matisse sintió calor.
No había comprendido lo mucho que había echado de menos el calor, cuánto se había acostumbrado al estado frío de un cuerpo elantrino. Pero, el calor parecía fruir a través de ella, como si alguien hubiera inyectado algún líquido caliente en sus venas. Jadeó ante la hermosa y asombrosa sensación.
Algo estaba bien. Algo estaba maravillosamente bien.
El soldado se giró de repente hacia ella. Inclinó la cabeza, luego estiró la mano y frotó con un dedo áspero la mejilla de Matisse, donde se había hecho una herida hacía mucho.
-¿Curada? -dijo, confuso.
Se sentía de maravilla. ¡Sentía... su corazón!
El hombre, con aspecto confundido, alzó de nuevo el cuchillo.
-Te has curado -dijo-, pero puedo volver a herirte.
Su cuerpo se sentía más fuerte. Aunque seguía siendo una jovencita, y él un soldado entrenado. Luchó, Su mente apenas empezaba a comprender que su piel ya no estaba manchada, sino que se había vuelto de color plata. ¡Estaba ocurriendo! ¡Como Ashe había predicho! ¡Elantris estaba retornando!
Y aún así iba a morir. ¡No era justo! Gritó de frustración, intentando liberarse. La ironía parecía perfecta. La ciudad estaba siendo sanada, pero eso no podría evitar que este hombre terrible...
-Creo que has olvidado algo, amigo -dijo de repente una voz.
El soldado se detuvo.
-Si la luz la ha curado a ella -dijo la voz-, también me ha curado a mí.
El soldado gritó de dolor, luego soltó a Matisse, y cayó al suelo. Ella retrocedió, y cuando el terrible hombre se derrumbó, finalmente pudo ver quién estaba detrás: su padre, brillando con una luz interior, la corrupción había abandonado su cuerpo. Parecía un dios, plateado y espectacular.
Su ropa estaba desgarrada por donde le habían herido, pero la piel estaba curada. En su mano, sostenía la misma espada que le había estado empalando momentos antes.
Corrió hacia él, llorando... finalmente podía llorar... y le aferró en un abrazo.
-¿Dónde están los otros niños, Matisse? -dijo él con urgencia.
-Me ocupé de ellos, Padre -susurró-. Todo el mundo tiene un trabajo, y ese es el mío. Me ocupo de los niños.
*****
-Interesante, dijo Raoden-. ¿Y qué pasó con los niños?
-Les conduje a la biblioteca -dijo Ashe-. Galladon y Karata se habían ido para entonces... debimos cruzarnos cuando corrían de vuelta a Nueva Elantris. Pero oculté a los niños dentro, y me quedé con ellos para mantenerlos tranquilos. Estaba muy preocupado por lo que estaba pasando en la ciudad, pero esos pobres niños...
-Entiendo -dijo Raoden-. Y Matisse... la hijita de Dashe. No tenía ni idea de lo que había pasado -sonrió Raoden. Le había dado a Dashe dos Seons... unos cuyos amos habían muerto, y que se habían encontrado sin nadie a quien servir una vez recobraron el sentido cuando Elantris había sido restaurada... en agradecimiento por los servicios a Nueva Elantris. Dashe le había dado uno a su hija.
-¿Con qué Seon terminó? -preguntó Raoden-. ¿Ati?
-En realidad no -dijo Ashe-. Creo que fue Aeo.
-Igualmente apropiado -dijo Raoden, sonriendo y levantándose cuando la puerta se abrió. Su esposa, la Reina Sarene, entró, con la barriga embarazada por delante.
-Estoy deacuerdo -dijo Ashe, gravitando hacia Sarene.
Aeo. Significaba valor.
FIN