Lo leí a la vez que releí Ender.
Ummm, en primer lugar Ender me dejó menos impresionada ahora que soy más mayor, aunque seguía pareciéndome inverosímil la corta edad de los personajes.
Creo sinceramente que por muy inteligente que sea un individuo, el desarrollo de intelectual no quiere decir desarrollo emocional.
Es más, normalmente la gran tragedia es que no van de la mano las dos cosas.
Total, que puede haber excepciones, pero no tantas, y en La sombra de Ender, la cosa empeora todavía más.
Lo siento, pero el personaje de Bean me da mucha grima, más que atraerme.
Lo que de él me gustaba en El Juego de Ender, en este otro libro queda empañado.
Si me encontrara con un niño como Bean a los tres años me daría mucho yuyu.
Esto provocó en mi lectura una desconexión del libro, ya que no me resultaba nada creíble, y para nada me pareció equiparable a El Juego de Ender.
Considero que El Juego de Ender era un libro más blanco, donde las calidad como persona de Ender, sus dilemas morales, era lo más atractivo, y en La Sombra de Ender, no se da esto. Bean deja ver sus cartas muy pronto. No conecta con los demás, tiende a utilizarlos, y así no pude apreciarle ni llorar por él como llegué a llorar por Ender.